Varios destacados profesionales y funcionarios públicos –todos deseando lo mejor para el país– al referirse a las buenas cualidades que debe tener el jefe del Ministerio Público, han señalado las siguientes: formación académica sólida, enérgico contra la criminalidad, capacidad para enfrentar las diversas presiones, respeto a las garantías procesales, honradez y firmeza, objetivo en procura de una mejor justicia, sólida madurez emocional y, finalmente, mesura, como cualidad clave y ecuanimidad, como principal integridad de ánimo.
Es decir, con esa dimensión de templanza, que es virtud cardinal y se adquiere cuando podemos sujetar los sentidos a la razón y nuestro diario actuar a la gravedad, compostura y sobriedad; con constancia igualitaria de recto proceder y con imparcialidad serena de juicio, como demanda la ecuanimidad.
Solo les faltó decir: con virtud escondida, que es la auténtica; iluminado, porque adquirió la conciencia de sí mismo; sabio, en ese deseable justo término medio de la perfección; que pueda armonizar la sombra con la luz y que, al caminar, señale rumbos sin dejar huella.
Ese fiscal con las buenas cualidades que señalan los distinguidos ciudadanos, sería ideal, pero sencillamente no existe. Aprendamos a pedir lo posible, un buen profesional con firmeza y honradez, sería mas que suficiente.
Y, según andan las cosas en nuestro país, hasta este modesto profesional podría ser difícil de hallar.
Quizá tendríamos que ir a Corinto, allá en el lejano Peloponeso, centro de acuerdos y razón, en busca de la lámpara de Diógenes el Cínico y clamar por todas las callejuelas de la ciudad –luz en alto– la necesidad de encontrar un fiscal general para Costa Rica.
Eso sí, actuando con precaución para evitar que un gran personaje se interponga entre nosotros y el Sol.