Hay historias que se han escrito sobre piedra. Los egipcios lo hacían extraordinariamente al juntar los rayos de Ra (símbolo mitológico de la luz solar) con la sombra maravillosa de los bajorrelieves. Tal es el caso de los jeroglíficos en la fachada del Templo de Isis, en File.
Esos “cuadernos en piedra” dieron lugar a otros que fueron escritos con luz y color, como los espléndidos vitrales en las catedrales góticas, que se iluminaban con “luz de esencia divina” –según el abad Sugger– y presentaban figuras de colores intensos. Así, estos vitrales fungían como textos que interpreban la sociedad medieval.
En el siglo XX, varios artistas se han apoyado literalmente en las fachadas de los edificios para comunicar, representar y fortalecer la cultura de sus pueblos. En México, el muralismo –como el realizado por Diego Rivera, David Alfaro, Gerardo Murillo, José Reyes, Joseph Renal y José Clemente– ha dejado vestigios de las trasformaciones sociales de este país.
Ese movimiento artístico colaboró en la educación y el registro de los sucesos mexicanos por medio de la representación, la cual tuvo eco en obras como el mural de Rivera en el Palacio Nacional y las obras de gran factura en el Hotel Casino de la Selva. Los “libros arquitectónicos” –tanto externos como internos– transmiten significados que dignifican la colectividad y la hacen evolucionar.
En Estados Unidos, el arquitecto Robert Venturi (1925) fusionó el edificio con el simbolismo propio de los rótulos y potenció la comunicación de masas al crear un nuevo híbrido arquitectónico y cultural.
En la arquitectura contemporánea destaca una obra maestra construida en Francia. Se trata de la Bibliothèque nationale de France (1989-1995), de Dominique Perrault. Esta obra sólida conceptualmente, de vigor latente y actualidad perenne, sobresale por su forma, que simula cuatro libros abiertos que protegen un patio-jardín.
El proyecto fue impulsado por el Ministerio de Cultura de Francia y se localiza en el XIII Distrito de París. A su vez, sus salas internas invitan a leer sobre el equilibrio entre naturaleza (patio-jardín) y arquitectura (edificios), y a leer sobre la potencia del simbolismo de la arquitectura contemporánea.
Libros sociales. Las sociedades actuales transmiten mensajes por medio de los edificios, que resultan “libros abiertos” de sus culturas. Estas construcciones conservan la historia de los ciudadanos en lugares como Medellín.
La ciudad colombiana es hoy uno de los principales ejemplos de renovación urbana en el continente americano. Esta transformación se está logrando con amplio trabajo coordinado, voluntad colectiva y atinada orientación política.
En la “ciudad de la eterna primavera” –como la llaman los paisas– se están escribiendo “libros sociales arquitectónicos” en los que se resalta el concepto integral de “parque-biblioteca”.
Estos diseños amplían la función de esas edificaciones pues en ellas se integran actividades en espacios abiertos: los chicos y chicas practican danzas urbanas, los niños asisten a talleres y la gente mayor practica artes marciales, por ejemplos.
Esas y otras prácticas se llevan a cabo en los “parques-bibliotecas”, los cuales son de escala moderada y están colocados estratégicamente para configurar un sistema. Las obras abiertas al público están generando un impacto considerable en la ciudadanía de Medellín.
Pulperías de conocimiento. Actualmente, las bibliotecas se están reescribiendo. En Costa Rica se las puede considerar como “pulperías de conocimiento”, donde –al igual que uno compra el pan y la leche en una pulpería– se las visita a diario para leer el periódico, un capítulo de una novela, o simplemente para conversar con un vecino.
Esas bibliotecas de barrio están activas en varios sitios del país; sin embargo, podrían abrirse –donde sea posible– de manera más literal en los parques y plazas cercanos para que sean visitadas a diario.
A su vez, podrían impulsarse nuevas bibliotecas en Costa Rica –principalmente en zonas en deterioro urbano–, que escribirían un nuevo capítulo en la cultura costarricense y ayudarían en el esfuerzo actual del Sistema Nacional de Bibliotecas (Sinabi).
Asimismo, a esta red de bibliotecas, que debemos fortalecer colectivamente, se podrían sumar pequeños “libros abiertos” o “micro-bibliotecas” localizados estratégicamente cerca de paradas de autobuses y trenes.
Escribir en el muro. A manera de visualización gráfica de nuestro espacio urbano, podríamos tener lugares específicos (más que sitios genéricos) donde se reproduzcan artísticamente nuestras manifestaciones culturales.
Por ejemplo, se podría proyectar obras de arte o cine al aire libre en las fachadas de ciertos edificios de la ciudad. Esto resultaría una especie de “libro digital arquitectónico” en el que convergerían amplios y diversos grupos de gente.
Estas iniciativas podrían llevarse al espacio interno, mediante la proyección de arte contemporáneo en parqueos y vías públicas, como en las partes inferiores de los puentes de circunvalación, en San José.
Por ejemplo, se podría proyectar debates e ideas para reducir la huella de carbono del país y propuestas para una sociedad más integral, segura y económica. Estos lugares impulsarían una ciudad más digna para quienes la habitamos.
En ese sentido, la arquitectura podría ser clave en la consolidación de estos lienzos artísticos tan valiosos para nuestra sociedad.
En esos “libros abiertos” se puede escribir parte de nuestra historia, lo cual fortalecerá el patrimonio más importante de un país, que, según Marina Waismann –destacada arquitecta y crítica argentina– es su gente.