He seguido los debates económicos sobre los grandes retos que enfrenta hoy el país. La discusión se ha centrado en cuatro problemas: el tipo de cambio fijo, las altas tasas de interés, el abultado déficit fiscal y el conato de inflación que experimentamos. Todos son temas importantes y muy amarrados entre sí, tanto como enredo amoroso de telenovela. La inflación, se dice, es el peor impuesto para los pobres; para evitarla necesitamos bajas tasas de interés, un manejo prudente del gasto público e impedir una eventual inestabilidad cambiaria.
Todo lo anterior es muy cierto. Sin embargo, en este debate me hace falta una cuestión clave: el empleo. Si la discusión reciente fuera un campeonato de futbol, el árbitro habría declarado la pérdida de puntos por no presentación del equipo “empleo”. El tema solo ha aparecido en un aspecto específico planteado por el Gobierno: las disparidades en los niveles salariales del empleo público, un asunto importante y al cual hay que entrarle, pues tiene efectos sobre el gasto público. Sin embargo, no perdamos de vista que en el Estado laboran solo 15 de cada 100 personas que pertenecen a la fuerza de trabajo. ¿Qué pasa en el mercado laboral donde bretean las 85 restantes?
Pasa que desde 2010 nuestra economía crece y se crean empleos, pero hay altos y persistentes niveles de desempleo.
Que muchos de esos empleos son del sector informal, que el sector agrícola no crea puestos de trabajo y que abundan las infracciones a las garantías laborales. Que el subempleo no se abate. Que en los últimos veinte años los ingresos laborales de casi la mitad de los empleados crecieron poco. Y que los buenos empleos están concentrados en pocos sectores y zonas del país. Esta es la economía que ve y palpita la gente. Y luego más de uno no entiende por qué muchos andan cabreados: ¡metan el tema empleo y tendrán una pista!
Mucho especialista trata el empleo como un problema residual. Si crecemos, si las tasas de interés son bajas, etc., habrá más y mejores empleos. Pues bien, esto no ha ocurrido aquí. La ceguera con respecto al tema es también institucional. Detrás del tipo de cambio, los asuntos monetarios y la cuestión fiscal, hay una institucionalidad robusta presidida por el Banco Central y Hacienda, con tecnocracias bien preparadas. ¿Detrás del empleo? Pues, ujúm, tenemos el desvencijado Ministerio de Trabajo, un alfeñique institucional. En los otros temas, hay políticas claras, pero, ¿en el empleo? ¡Soledad Macondo! No hay políticas de generación de empleo. ¡Póngale carne y hueso a la discusión económica! Si la inflación es un impuesto dañino, por evitar, el desempleo o un empleo malo son la condena absoluta, primigenia.