¿Y ahora qué? A las puertas de una nueva elección, la mayoría de las personas se declaran “sin partido”. Apenas una cuarta parte del electorado simpatiza con el Supercoco de la política nacional, el PLN, y las agrupaciones opositoras no andan lejos del margen de error de las encuestas. El electorado se reparte, escoja usted su lado, entre desilusionados, enojados e indiferentes. Hace rato que la confianza ciudadana en las instituciones y en la economía está en malos números. Todos los días hay protestas de cualquier tipo, por buenas o malas razones, porque nadie aguanta ni medio. Y el Gobierno sigue congelado en el subsuelo. En fin, público lector, la representación política y social del país está en el suelo. Agrego: la próxima elección no resolverá este problema.
“¿Y a mí qué?” –dirá un político tradicional– “La cuestión es ganar la elección y luego ya veremos”. Varguitas piensa que el fulano ese no deja de tener razón. Al fin y al cabo, en febrero entrante habrá elecciones porque tenemos una robusta tradición democrática, una inercia positiva. Y la tendremos aun cuando el demos crea que su democracia no sirve para mucho, quizá porque el aprecio a la libertad le sigue ganando al desencanto. Habrá ganador porque en toda elección siempre triunfa alguien y, por supuesto, quien gane se montará en la burra: por cuatro años tendrá la ilusión de gobernar y, como recompensa, su grupo se servirá con cuchara grande. Visto así, tentado está uno de decir que esos malos síntomas de los que hablé son ruido de fondo y que la vida seguirá igual.
Y, sin embargo, lo cierto es que estamos jodidos. El colapso de la representación ha roto la capacidad del país para tomar decisiones estratégicas. Mientras eso sigue así, en estos días la gran discusión es si la culpa de que las cosas no funcionen se debe a la existencia de procedimientos políticos inadecuados o de actores políticos bien “chapas”. Ni se despeinen: un poco de ambos y ¡chau!, a mover la pelota a otro costado. El problema de fondo es otro: la política costarricense tiene a nuestra sociedad a la deriva, sin otro rumbo que la inercia y los golpes de mano. Y esa sociedad está perdiendo la paciencia.
Nos salvamos porque la economía sigue caminando razonablemente bien, pese a los nubarrones acerca del tipo de cambio, la inflación y un entorno internacional incierto.
El próximo gobierno pinta débil, gane quien gane: si es el PLN, estaremos frente a una maquinaria cansada que, además, ha hipotecado su cartel de saber gobernar. Y si es alguien de la oposición, nos encaminaremos a la mejenga que todo rejuntado de última hora impone. La incapacidad de nuestra política es un freno al desarrollo. Necesitamos rumbo.