En Venezuela, el pos-chavismo arrancó antes de la muerte del presidente Chávez. En los últimos meses, ya muy enfermo y en medio de largas ausencias públicas, el Gobierno y el partido oficial fueron fabricando un mito político, a lo Perón en Argentina. En pleno siglo XXI crearon un nuevo prócer continental: del hombre providencial, el caudillo telúrico que con mano firme dirigía al país, se pasó a la elevación metafísica de Chávez como deidad popular. La figura total (“Chávez es Venezuela”) en sus diversas variantes (“Chávez es el padre de todos”) se anudó a las tradiciones de la religiosidad para asegurar trascendencia más allá de la vida.
Desde la lógica desnuda del poder, fue una operación necesaria. El carisma del caudillo no se hereda y era indispensable crear una nueva fuente de legitimidad popular, el mito fundacional de una nueva era, para que su manto cobijara a los lugartenientes que gobernarán Venezuela, al menos en el futuro inmediato. En adelante, sus herederos harán lo que harán en nombre del mito Chávez y se disputarán ser los mejores intérpretes de sus deseos. Otra cosa es que lo logren, pero el poder necesitaba una nueva religión popular para subsistir.
El legado de Chávez es controversial. Se equivocan los que, hígado en mano, afirman que solo deja tierra arrasada. Sin duda, Venezuela enfrenta una situación muy complicada: un país aún más dependiente del petróleo, alta inflación, desabastecimiento de alimentos, muy alta inseguridad ciudadana. Empero, además, Chávez llevó adelante un proceso de inclusión social. Aunque por medios clientelistas, hizo lo que antes ningún político venezolano se molestó en hacer: redistribuir parte importante de la riqueza petrolera con servicios y obras sociales para quienes solo veían a los demás gozar de la bonanza.
Nada de esto alcanza para construir una sociedad más desarrollada, pero explica el apoyo popular a su figura. En adelante, ningún político venezolano, oficialista u opositor, podrá ignorar a los pobres, una fuerza social. Pero quizá su legado más fregado es lo que no cambió sino que profundizó. Los partidos tradicionales (AD y Copei) acogotaban y se repartían el Estado y sus instituciones. Chávez los barrió pero solo para instaurar un Estado-partido enteramente subordinado al jefe de Estado. La otra cosa que profundizó fue la división: el presidente lega una sociedad polarizada. Les costará mucho a los venezolanos volver a encontrar algo en común.
Hoy prima la calma en Venezuela. Todos respetan los días de duelo. Esto rápidamente pasará. Con una campaña electoral en ciernes que reactivará la polarización, emergerá un trance difícil.
El poschavismo es una interrogante.