Conocí la semana pasada una persona que se quebró el tobillo por caerse del zapato. Como lo oyen: cuestión de tacones excesivos y, ¡claro!, un tropezón y al abismo. Suena absurdo, pero es un episodio real y ahí están unas muletas para el que pregunte. Con todo, el episodio me parece menos absurdo que observar, incrédulo, las colas inmensas de gente codeándose impacientes a las tres de la mañana en tiendas de electrodomésticos o supermercados, desesperados por comprar cualquier cosa, salir satisfechos con la vida y luego opinar, ¡cómo no!, de lo mal que anda el país.
Quizá sea cierto que, efectivamente, el mundo se acaba el 21 de diciembre de 2012 como según dicen que los mayas dijeron. Seguro la gente intuye el inminente fin y se prepara para el día después. Visto así, hemos encontrado algo bien raro, una piedra preciosa de la sociología: un conjunto de ticos precavidos. Saben que no habrá mucho que hacer el día después, por lo que un buen plasma de 66 pulgadas ayudará a matar la pereza.
Hordas de consumidores frenéticos detrás de ofertas, algunas de ellas tan falsas como moneda de cobre, compran sin preguntar y gastan sin tener ¿Quién es, me pregunto, ese consumidor? ¿Por qué, como los famosos animalitos esos, los hámsteres, de repente recibe una señal y sale como autómata, en manada incontable? ¿Habla el mismo idioma que el resto de los mortales? ¿Es primo, madre, amigo de alguien? ¿O es que sale de túneles secretos, el día del “viernes negro” o el de los televisores de a peseta, para luego hibernar un año entero?
La cuestión parece de vacilón, pero encierra un enigma interesante. El índice de confianza al consumidor que calcula la Escuela de Estadística de la UCR está estancado en bajos niveles desde hace casi año y medio. Los pesimistas duplican a los optimistas. Ello converge con una fuerte erosión de la confianza política en el Gobierno y las instituciones. Uno esperaría que los consumidores retengan gastos, que se guarden a la espera de mejores días, que compren con cautela y cuidado. Pero vemos lo contrario: riadas de gente comprando lo primero que agarran, sin fijarse muy bien en las condiciones. ¡Y eso que diciembre apenas empieza!
Los grandes ganadores son los bancos y su negocio de las tarjetas de crédito. ¿Quiere crédito personal, caro? Se lo dan al instante. ¿Quiere crédito para producir? Traiga el acta de defunción y la foto de su tatarabuela materna. Hay toda una industria que alienta cotidianamente el consumo. Bien: digamos que vigoriza la economía. Sin embargo, debiéramos estar fomentando una cultura y la práctica del ahorro, aunque, hoy por hoy, el sistema financiero castiga a los previsores. ¡Que siga la fiesta!