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Enfoque

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“Es la guerra del hambre, señor”, me explica el lustrabotas, apurándome a bajar de la silla mientras se disputa un nuevo cliente con su colega del lado. Y agrega: “La guerra de todos los días”. Síntesis brutal. Me mira directo a los ojos y no adivino, en su gesto, si se está excusando por apurarme o si desafía mi lentitud en recoger los chunches, mi torpeza por no entender lo evidente: que en su mundo, sin protección laboral ni mañana cierto, un descuido hace la diferencia entre redondear o no el día. Puedo permitirme alargar la charla, que era en lo que estábamos apenas un segundo antes, pero él no.








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