Los recientes acuerdos sobre los derechos del ser humano y los últimos hallazgos de las neurociencias contribuyen con la emancipación del concepto de infancia. Es decir, se le da valor en sí misma a esta etapa de la vida. Ya no se le considera como un periodo que prepara para otro; ni como un estadio de adultez incompleta, como se hacía en el pasado.
Aunque siempre existen interrelaciones de esta fase de la vida con las demás, se reconocen claramente las características propias que la conforman. Tanto desde la óptica política (vea, por ejemplo, la Convención de los Derechos del Niño, 2006) como desde la de las Neurociencias, la primera infancia incluye de los 0 a los 8 años. A estos niños y niñas se les considera como participantes activos de las familias, las comunidades y las sociedades y se les reconoce el derecho de atención a sus necesidades físicas y emocionales particulares. También a que se les dé una orientación cuidadosa y a que se les provea el tiempo y el espacio necesarios para el aprendizaje. La primera infancia se considera vital para el desarrollo de la personalidad y la maduración de las estructuras neurofisiológicas y psicológicas.
Esta es, sin duda, una mirada más certera sobre la infancia de la que se ha tenido en el pasado. Sobre todo, confirma lo señalado durante ya muchas décadas, por madres, familias, maestras y profesionales de la salud que tenemos responsabilidad en el desarrollo armonioso de niños y niñas e implica que se requiere un replanteamiento de casi todas las acciones dirigidas a estos.
Reviste importancia estratégica priorizar la atención de esta etapa, por lo que debe ser compromiso nacional. No solo porque nuestra niñez tiene el derecho a que así sea y porque estaríamos procurando la formación de seres humanos más equilibrados y creativos, sino porque estaríamos previniendo problemas individuales y sociales en el mediano y largo plazo.
Específicamente en educación se necesitan enfoques renovados, diseños innovadores, técnicas diferentes, recursos actualizados y una evaluación más pertinente. Siendo la primera infancia una etapa tan vital en el desarrollo humano, los centros de atención de los más pequeños, conocidos como “guarderías” o lugares para el cuido deben evolucionar sustancialmente. Tienen que hacerlo tanto desde su nombre (que evoca un encierro sin mayor propósito), como desde su misión y acción: deben transformarse en espacios para el aprendizaje y la estimulación oportuna. Siendo una tarea tan especializada y delicada, tiene que estar en manos de equipos interdisciplinarios y profesionales altamente calificados. La infancia abandonada (en las calles, en zonas marginales, indígenas, etc.) debe ser prontamente atendida. Urge diseñar intervenciones educativas atractivas, pertinentes y flexibles para esta población. Y la responsabilidad debe recaer en equipos interdisciplinarios con una sólida formación.
Nuestro sistema educativo formal no está exento de la urgencia de cambiar puesto que ya está agotado. Ha llegado el momento para emancipar la educación de nuestra primera infancia, porque tiene un enorme valor en sí misma. La educación de la primera infancia debe hacerse de acuerdo a las realidades neurofisiológicas, psicológicas y emocionales de los niños y niñas y extenderse hasta (por lo menos) los ocho años. Entre los primeros efectos que veremos, seguramente estará la disminución en el fracaso escolar en el primer grado, que lamentablemente se ha venido incrementando en los últimos años. De nuevo, una educación así concebida debe estar en manos de equipos interdisciplinarios con una robusta formación. Esto, porque significa no solamente rediseñar los planes y programas educativos para la primera infancia, sino redefinir el papel del docente y analizar de manera cuidadosa el uso de los recursos didácticos digitales para apoyar el aprendizaje de niños y niñas.
Las implicaciones de la emancipación de la infancia para la formación de docentes para niños y niñas pequeños, son dramáticas. No puede seguir siendo una formación de docentes de educación preescolar sino para la primera infancia. Debe ser una formación interdisciplinaria y prioritaria para las instituciones que preparan docentes. Sobre todo, la mirada de la educación para la primera infancia debe llegar hasta (por lo menos) los ocho años de edad y hasta donde está la niñez abandonada.