A group of Miskito indigenous people wait in traditional dress to participate in a ceremony conferring property rights to five Miskito and Mayagna communities in Waspan, some 400 miles north Managua, Nicaragua, May, 24, 2005. (AP Photo/Esteban Felix) (ESTEBAN FELIX)
En diciembre del 2009, el embajador de Estados Unidos en Nicaragua, Robert Callahan, en un extenso informe confidencial a Washington, dio cuenta de las contradictorias versiones que existían acerca de la caída de un avión cargado de cocaína y dólares en la pequeña aldea indígena de Walpa Siksa, ubicada en la Región Autónoma del Atlántico Norte (RAAN), Nicaragua.
En su informe, Callahan relata que, según fuentes de esa embajada, el 4 de diciembre del 2009 cayó en Walpa Siksa una avioneta con media tonelada de cocaína, gran cantidad de dinero en efectivo y que en la aeronave viajaba Alberto Ruiz Cano, uno de los capos más buscados del narcotráfico colombiano.
La versión oficial del Gobierno nicaraguense fue que, tras la caída del avión, un grupo de la policía antidrogas viajó a la zona y se enfrentó a los narcotraficantes.
Según esa versión, la operación dejó un saldo de un narcotraficante muerto, tres detenidos y uno en fuga. Además, se decomisó un bote y se detuvo a 20 indígenas sospechosos de colaborar con los traficantes.
Revela que, tras la caída del avión, los indígenas asaltaron a los narcotraficantes, se repartieron la droga y el efectivo y luego negociaron su devolución con un equipo de narcos que llegó desde San Andrés a recuperar la droga. De acuerdo con fuentes estadounidenses, la avioneta se quedó sin combustible y aterrizó de emergencia en las playas de Walpa Siksa.
“El piloto y dos pasajeros, supuestamente colombianos, sufrieron lesiones menores y fueron rápidamente albergados en la aldea. Miembros de la comunidad rápidamente vaciaron la carga del avión, que se calcula era de aproximadamente media tonelada de cocaína separada en paquetes individuales de un kilo cada uno”, reveló el embajador Callahan.
El día posterior al accidente, llegaron a la comunidad “lanchas narco”, que transportaban a aproximadamente a 40 colombianos y hondureños para rescatar a los pilotos, pasajeros y recuperar las drogas y el dinero.
“En los tres días siguientes, los ancianos de la aldea, exhortados por el ‘equipo de recuperación’ de los narcos, trataron de convencer a la comunidad para que vendiera los paquetes de cocaína a $3.000 por kilo. De acuerdo con nuestros contactos, el principal punto de discordia era que los $3.000 representaban apenas la mitad de lo que los locales sabían que podían conseguir si llevaban su inesperada ganancia ligeramente costa arriba a Honduras. Cuando los residentes de Walpa Siksa se rehusaron a vender el botín, los narcotraficantes los atacaron y se lo robaron”.
El informe estadounidense indica que, al llegar la policía antidrogas, no hubo emboscada ni enfrentamiento, sino más bien una “amigable” reunión entre la policía y los ancianos de la aldea.
“Sin embargo, las cosas se agriaron cuando uno de los colombianos del ‘grupo de rescate’ que estaba borracho y creyó que los estaban atacando, disparó su arma automática contra el grupo de marineros uniformados, mató a uno e hirió seriamente a varios de los integrantes de la unidad antidrogas. Nuestros contactos nos dijeron que la ‘historia’ de la emboscada la inventaron posteriormente las autoridades para justificar su muerto y heridos”, señaló Callahan.
“Walpa Siksa nos ha obligado a revisar nuestras percepciones sobre la naturaleza y grado de la actividad del narcotráfico en el Atlántico”, puntualizó el embajador.
Según Callahan, antes de este incidente los analistas de Estados Unidos creían que las aldeas indígenas miskitas eran demasiado xenófobas para apoyar activamente a gente extraña a su comunidad en el transporte de drogas.
“Ahora tememos que elementos del crimen organizado pueden haber incursionado profundamente en algunas remotas comunidades costeras, convenciendo a los residentes para unir fuerzas al ofrecerles tal vez la oportunidad más segura y fija de empleo en la costa: mantener las rutas de suministro de drogas” reseñó el diplomático.
Callahan analizó en su informe que la combinación de abandono político, oportunidades económicas limitadas y embarques diarios crea las condiciones para una posible ‘tormenta perfecta’ en la costa atlántica de Nicaragua.
“Estas condiciones podrían degenerar en una ‘narcocosta’ sin gobierno, con serias repercusiones en la estabilidad política de Nicaragua y en la cooperación antinarcóticos estadounidense”, reveló el embajador Callahan.