Aunó en su vida dos visiones del mundo: de su familia, la nobleza y la educación exquisita; del medio en que se desenvolvió, el conocimiento y el amor por el mundo campesino, del que vivió siempre enamorada por las virtudes que apreciaba tanto en su género de vida. Así creció y maduró.
Cuando adulto conoció en Europa al Dr. Roderich Thun, pronto se enamoraron y contrajeron matrimonio. ¡Providencial enlace! Él, tirolés, testigo de la Segunda Guerra Mundial, tenía una enorme experiencia de vida y muchos ideales relativos al servicio del prójimo, adultos y niños. Ella llevaba como en un santuario de su alma el amor por los campesinos de Costa Rica y de Centroamérica. Uno y otro eran generosidad sin límites.
Cuando se instalaron en Costa Rica, él comenzó con su espíritu sistemático y organizado, a considerar junto con ella cómo servir al mundo campesino y marginado, de modo que se hallaran caminos para que la ilustración de esta población no corriera por los cauces formales de la educación en uso, sino a partir de lo que sus corazones anhelaban; que tuvieran la posibilidad de decir, de preguntar, de expandir su espíritu, sin verse aplastados con la educación formal que, a la par de virtudes, tiene defectos de aplanación espiritual que no dejan crecer.
Así nació, tras larga maduración el Instituto Centroamericano de Extensión de la Cultura. Legisladores, ayuda alemana, científicos, ayuda de la Universidad de Costa Rica' y la pareja a todos los buscó, a todos los llamó y, ¡por fin!, nació el ICECU y Escuela para Todos. Esta institución ha producido unos bienes que solo estudiándola con tiempo y cuidado se puede apreciar en toda su admirable dimensión antropológica.
Espíritu vivificante. El Dr. Thun falleció mucho antes que ella. Ella entonces, con fortaleza y voluntad de trabajo y espíritu de servicio duplicados, fue durante muchos años, el espíritu vivificante de Escuela para Todos.
Pero su amor que acogió al mundo campesino y lo sirvió desde joven, tenía espacio para mucho más: acogió la admirable institución de Aldeas SOS. Y allí puso de nuevo su corazón. Hay varias en Costa Rica y ella llevaba en su alma a los niños y a los adolescentes que debían crecer y superar orfandades y otras dificultades para que no los aplastara el infortunio. Y la obra caminó.
Luego los niños que nacían con enormes dificultades cerebrales y de otra índole y que necesitaban ser acogidos y cuidados con extrema dedicación y delicadeza: una vez más el corazón sabio y misericordioso se puso al servicio de Hogares Luz. El de Liberia fue al que dedicó los últimos resplandores de su amor.
Tres días antes de su tránsito a la Casa del Padre, y cuando debió atender alguno de sus innumerables compromisos, dijo a uno de sus colaboradores inmediatos: “Me siento mal; creo que ya no puedo más”.
Así fue: murió en el surco, sembrando intelectual y amorosamente el bien por dondequiera que tuvo oportunidad de hacerlo.
Ni ella ni el Dr. Thun quisieron que se hablara de ellos. Me tocó hacer hace muchos años una investigación sobre todo lo que el ICECU significaba y uno y otro me pidieron varias veces: hable de la obra, no hable de nosotros.
Ella entendió que su obra magnífica la hacía como aconsejaba San Pablo: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”.
Vivió para dar amando, sobre todo a los verdaderamente más necesitados de saber, de calor, de comida, de consuelo; dio ayuda intelectual, defendió principios; y supo poner su mano consoladora en niños, adolescentes, adultos, campesinos e intelectuales. A todos nos edificó.
Multum potuit, quia multum amavit (Logró mucho, porque mucho amó).