El décimo concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN), con la participación del Coro Sinfónico Nacional (CSN), celebrado el viernes 28, en el Teatro Nacional, no cuenta para mí entre los más acabados de la temporada oficial del año en curso.
Rossini. Como invitado, asumió la dirección el alemán Carlos Spierer, pero ya desde los primeros compases de la Obertura de la ópera cómica La scala di seta, del italiano Gioachino Rossini (1792-1868), presentí que el tempo precipitado escogido por Spierer anunciaba problemas, y así fue, principalmente con las maderas, que sudaban la gota gorda para mantener paridad con las cuerdas.
Estas manejaron con mayor prestancia los ritmos raudos de la versión de Spierer, que quizá con más tiempo de ensayo habría alcanzado mayor cohesión entre las secciones.
Representada por vez primera en 1812, la ópera, en la que una joven, desposada en secreto, teje una escalera de seda que permite al esposo entrar a su alcoba, es una de cuatro breves farsas cómicas que el joven Rossini estrenó en Venecia entre 1810 y 1813, donde el género gozaba de popularidad.
Ravel. La interpretación de la Rapsodia española, del francés Maurice Ravel (1875-1937), corrió mejor suerte: la evocativa sinuosidad rítmica, el sonido luminoso y la sensualidad de la instrumentación diáfana de los cuatro cuadros que forman la obra, se oyeron muy logrados por el director y la orquesta, esta vez las secciones integradas y precisas.
La Rapsodia española data de 1907 y, junto con el Bolero, la Alborada del gracioso y otras piezas, da testimonio de la influencia y fascinación que España ejerció sobre el compositor.
Prokofiev. Hacia fines de la década de 1930, ante la amenaza que se cernía sobre la Unión Soviética de parte de la Alemania nazi, el cineasta Serguéi Eisenstein filmó, con fines patrióticos, la película Alexánder Nevski, que trata sobre el heroico príncipe que derrotó a los Caballeros Teutones que invadieron Rusia a mediados del siglo XIII.
Serguéi Prokófiev (1891-1953) compuso la música incidental del filme y posteriormente arregló la partitura para la cantata homónima, que se estrenó en Moscú, en 1939, como su opus 78, con el compositor al podio.
En la música, el pueblo ruso se pinta en tonos eufónicos, de sugerencias folclóricas, mientras que armonías disonantes y orquestación fragorosa caracterizan a los invasores teutones.
El clímax del filme y de la cantata ocurre con La batalla sobre el hielo, y de seguida, en El campo de los muertos, se oye una endecha cantada por una joven que busca a su amado entre los caídos.
La mezzosoprano estoniana Monika-Evelin Liiv plasmó una versión emotiva del lamento fúnebre, el timbre de la voz pleno, el alcance amplio y penetrante.
El director Carlos Spierer, la OSN y el CSN forjaron una lectura cumplida, pero no memorable, de la cantata. Sobre todo a las voces masculinas faltó presencia y robustez en sus intervenciones.
No obstante, los asistentes, no tan numerosos como en conciertos anteriores, aplaudieron al final por largo rato de modo entusiasta.