Pierre pregunta: “¿Habrá algún
El cáncer se come la vida de Rémy, y sus viejos amigos, profesores universitarios como él, han venido a despedirlo. Saben disimular el dolor y hasta parece que es como en los viejos tiempos, cuando se reunían para hablar de saberes y placeres.
También están sus hijos, el de Rémy, Sébastien (Stéphane Rousseau), y la de su amiga Louise, Nathalie (Marie-Josée Crozé). Al filo de sus treinta, han devenido aquello que sus padres temieron: Sébastien es un exitoso banquero, aficionado a los juegos de video y que no ha leído un libro en toda su vida. Nathalie es adicta a la heroína e imagina su muerte en unas décadas o en unas horas; no sabe, pero tiene la certeza de que ocurrirá después de un pinchazo.
Alrededor de esos personajes encontramos un Canadá y un primer mundo a su manera apocalíptico: desintegración familiar y social, impunidad, enfermedades, violencia, corrupción.
Es el “fin de los tiempos” para cualquiera, menos para Rémy y sus amigos: les duele, pero, como historiadores que son, saben que el recorrido de la Humanidad es un tránsito de horrores. No es esta la edad del hierro pues nunca hubo una edad de oro.
Por
Quienes conocían su filmografía, encontraron que remachaba sobre los temas que han alimentado toda su obra: los placeres de la lectura y el sexo, los avatares de las ideologías y la política, la complejidad de las relaciones de pareja.
Con un inusual peso en la palabra y una sobriedad visual cercana al formato televisivo, Arcand ha brindado un amargo aunque entrañable retrato de las sociedades opulentas mediante filmes como
Ese es el diagnóstico de
Todo ello es un imaginario ensayo que vertebra este filme y toda la obra de Arcand, un historiador y activista político que en los años 70 comenzó una carrera de documentalista y muy pronto pasó a la ficción.
La sencillez del argumento y de la propuesta visual contrastan con los picantes diálogos en boca de nueve personajes. En la primera mitad, las mujeres aparecen en un gimnasio mientras los hombres cocinan. En la segunda, ocurren el encuentro y la cena. En uno y otro momento hablan de muchas cosas, pero especialmente de sexo. Es el escéptico universo axiológico de Arcand, en el que son escasas las certezas y estas son siempre biológicas: nacer, copular y morir.
Tres años después del éxito de
Un actor joven y talentoso, Daniel (Lothaire Bluteau), acepta el encargo de una parroquia canadiense de recrear la vida de Cristo. Recluta para el montaje, y así redime, a un grupo de actores y actrices perdidos para el teatro y el mundo. Decide incorporar recientes descubrimientos arqueológicos e históricos, aunque estos contradigan las escrituras.
El montaje, el estreno y la consiguiente censura parecen una réplica, en la época contemporánea, de las prédicas y la crucifixión de Jesús.
Sin embargo es en su regreso al francés, en
Película tan sensible como ambigua,
Enemigo de lo “políticamente correcto”, el guión de Arcand parece respaldar tesis xenófobas y adultocéntricas; además, lanza un duro ataque al sindicalismo y a un Estado de bienestar canadiense que es presentado como ineficiente y corrupto.
¿Es la solución el capitalismo sin más? Tampoco, pues el director lamenta que cualquier intercambio humano haya cobrado un precio. En este filme no hay más escapatoria que la resignación.
Otra salida es la que propone Jean-Marc (Marc Labrèche), protagonista de
Jean-Marc escucha las historias más tristes, aunque la suya tampoco es precisamente alegre: vive con su esposa e hijas adolescentes, pero no es capaz de comunicarse con ellas. Además, debe sobrellevar a jefes orwellianos, que lo acosan por ser fumador o por llamar
Jean-Marc fabula para salvarse del suicidio. Se imagina ser un famoso escritor, admirado y deseado por las más bellas mujeres. Se encuentra con otros que también fantasean: decenas de personas que durante los fines de semana se visten de cruzados o princesas medievales y participan en torneos de caballería. Es decir, que anhelan volver a una época en la que había un sentido.
Sin embargo, según aprende Jean-Marc, esas solo son mentiras, del pasado o del presente, para disfrazar una realidad “sin sentido”.
Pese al desencanto que destilan, las historias de Arcand transmiten una gran simpatía hacia sus personajes. Con más vicios que virtudes, su comportamiento es tremendamente
Esta es la tercera certeza del universo arcandiano, además del sexo y la muerte: las pequeñas felicidades que pueden experimentar los seres humanos, al encontrarse con otros seres humanos.