Hay pueblos tan dispersos, que con cruzar una de sus aceras uno cree haber llegado a otro pueblo. No sucede así en Guanacaste. Aquí, de Abangares a Santa Cruz, de Cañas a Tilarán, el viajero percibe que los ardientes caminos atraviesan un mismo estado de ánimo.
Es verdad que cada uno de sus poblados guarda rasgos únicos, y que de esas diferencias han nacido batallas de coplas y leyendas. Sin embargo, esos desencuentros no hacen más que revalidar la uniformidad de esta provincia, porque pugnas de esa naturaleza surgen únicamente entre amigos íntimos.
Olman Briceño resalta la belleza de las nicoyanas. Santiago Porras lo contiene y le pide que no olvide a las mujeres de Las Juntas. También contraponen el café de sus pueblos, las calles (¿cuáles tienen menos huecos?), la comida, los toros...; pero al final, la discusión se hunde en un sorbo de café y un punto y aparte.
Son dos hombres de generaciones y pueblos distintos que se reconocen el uno en el otro cuando conversan sobre la provincia que los vio nacer. Santiago Porras, escritor, tiene 61. Olman Briceño, cantor de melodías propias, tiene 30. El primero nació en Las Juntas de Abangares, lugar de complejidad insospechada; Olman proviene de la entusiasta Nicoya.
Ambos, amigos entre ellos, conforman un retablo de esta inextinguible provincia, a la que conocen con suma naturalidad. A cada momento, traen a la conversación historias y personajes de tiempos lejanos y recientes. Santiago, por ejemplo, habla de un alemán que llegó a Abangares, se hizo sacerdote y confirmaba a los jóvenes preguntándoles si creían en Dios o en sus padres. Olman recuerda a los cantores Adán Guevara y Carlos Rodríguez, agitadores de ideas que hoy lo acompañan y lo mantienen vivo.
Con el arte como escudo, defienden la tradición guanacasteca. No lo hacen por compromiso iluso; simplemente, la provincia les sale al encuentro cada vez que toman la pluma o sacuden la guitarra. “No lo digo con afán regionalista: Guanacaste sin Costa Rica sigue siendo Guanacaste, pero Costa Rica sin Guanacaste no es la misma Costa Rica”, declara Santiago Porras.
Anexos. En Guanacaste, juego complejo, las piezas del ajedrez llevan el mismo color. En sus llanuras, cerros y costas, se percibe un mestizaje que, al mismo tiempo, va cubierto de una monotonía difícil de precisar. Sucede lo mismo con los ritmos musicales, la jerga y la historia. Entre los pobladores, esa extraña multiplicidad se reconoce y se respeta, porque, como advierte Santiago Porras, “el mestizaje es producto del amor”.
Sabedores de que esta pampa es un coctel de tradiciones, estos creadores temen la banalización del antepasado histórico. “Se ha confundido la verdadera esencia de las tradiciones con un ‘folclorización’ de la cultura. Hay espectáculos que se muestran a los extranjeros como una cosa artificial. Nosotros no somos folcloristas: solo contamos vivencias de nuestra tierra”, se sacude Olman.
Santiago lo secunda. “En Santa Cruz, por ejemplo, la gente grita, baila y hace coplas porque lo siente. Es parte de su vida. Allí el folclor es una vivencia”, se detiene. “Empero, no por ello debe hacerse un uso utilitario de esas tradiciones”.
Para ellos, la anexión del Partido de Nicoya es un acontecimiento apasionante, pero su conmemoración se vuelve cada vez más paradójica. Así lo dice Olman: “A mí el proceso de la anexión me parece fascinante, pero duele ver que se ha venido manejando de forma ‘politiquera’. El 25 de julio aterrizará la comitiva de gobierno de turno a hacerle más promesas a la gente', y eso es muy decepcionante”.
Mezclas. Autor de tres colecciones de cuentos, Santiago Porras, agrónomo pensionado, discurre con una voz que a veces es solo un hilo. La mayoría de sus escritos se desarrollan en los haberes de su provincia. “Aunque es algo mal visto por algunos sectores de San José, yo creo que uno debe escribir cosas sobre su pueblo. Hay que adoptar géneros, historias y corrientes de otros lugares, pero sabiendo que lo que le va a dar originalidad son los temas y las formas locales”, dice.
Uno de sus libros, Cuentos guanacasticos , recién se editó, y está por llegar a las librerías una novela que narra el motín ocurrido en 1911 en las minas de Abangares.
Santiago sabe que las nuevas generaciones guanacastecas también se esmeran en defender el antepasado de la provincia. Quizá, la mayor diferencia, dice, es que los jóvenes traen el machete más afilado para criticar las políticas públicas.
Olman asiente. Los versos de este nicoyano resaltan la alegría de estas sabanas, pero también subrayan que vivir bajo inclementes soles no es fácil, máxime en condiciones de pobreza y desigualdad.
Confeso discípulo de Guadalupe Urbina y Max Golbenberg, Olman combina corrientes musicales modernas con ritmos guanacastecos. A estos últimos llegó de la mando de Urbina, quien le recordó la importancia de no dejar de pisar la tierra propia. “La gente cree que componer canciones guanacastecas es cantarle a la albarda, al machete y al caballo; pero es más que eso. Se requiere astucia literaria y una vivencia real de esos elementos. Si yo canto historias de espantos es porque de niño me contaban esas historias. Por ejemplo, en Nicoya, la gente cree en los duendes. La misa del Miércoles de Ceniza es la más frecuentada, porque desde niño se cuenta que si no ibas te robaban los duendes. Eso solo lo puede cantar quien lo ha vivido”, dice.
Santiago Porras y Olman Briceño son alfareros de la tragedia y el humor. El verso final de una canción del nicoyano sintetiza esa dualidad: “Si se viene el terremoto, te espero en la coyolera”.