Con motivo de la celebración del 40 aniversario de la Compañía Nacional de Teatro, publiqué un artículo en esta página sobre este evento y el estreno de Madre Coraje y sus hijos , pero dejé muchos hechos importantes en el tintero, lo cual trato de corregir ahora.
Fue Guido Sáenz quien me llamó por teléfono para ofrecerme un puesto en la Junta Directiva de la Compañía y recuerdo haberle dicho que le agradecía la oferta, pero que no tenía tiempo. “Son solo unos minutos una vez al mes,” me aseguró Guido. Acepté entonces, pero los minutos se volvieron horas y luego muchos, muchos días. Por cierto, por ley el presidente de la Junta Directiva es siempre el ministro de Cultura, pero casi todos delegaban esta función en un representante. Solo dos no faltaron nunca a ninguna sesión: Guido Sáenz y Aída de Fishman, lo cual hizo que, durante esos períodos, se lograra una unión y una cooperación muy útil entre el Ministerio y la Compañía.
Con el tiempo me fui involucrando cada vez más en todas las actividades. Fueron muchas las noches que, después de una reunión o un ensayo, iba con Pepe Vázquez, su esposa y varios otros actores a comer una empanada argentina o chilena acompañada de una copa de vino y de mucha conversación sobre el teatro. Se escogieron los actores y las actrices para formar un elenco estable, con un repertorio de obras clásicas, incluyendo casi siempre una de un autor costarricense, lo cual produjo una época de oro para la dramaturgia nacional.
Se llevaron a cabo giras por todo el país y se creó el Teatro al Aire Libre (¡qué falta hace hoy día!). No hay espacio para mencionar a todos los que intervinieron en ese proyecto, así que solo menciono a algunos que ya no están con nosotros o están inactivos, como Sara Astica y Marcelo Gaete, Lenín Garrido, Haydée de Lev, Virginia Grutter, Gladys Catania, Jean Moulaert, Daniel Gallegos, José Trejos, Ana Poltronieri, así como los directores de la CNT con quienes compartí más: Óscar Castillo, Luis Fernando Gómez, Alfredo Pato Catania y Jaime Hernández.
Debo mencionar también a quien no solo creó “la Compañía”, sino que también le brindó siempre su apoyo como ministro, como dramaturgo y desde una Junta Directiva: Alberto Beto Cañas.
Viaje a Nicaragua. Recuerdo una vez que acompañé la Compañía en un viaje a Nicaragua a presentar Fuenteovejuna . Un grupo salió de San José a las 2 de la madrugada y debíamos recoger al resto del elenco a las 6 a. m. en Liberia. Se encargó, por error, a Marcelo Gaete para que despertara a todos los demás y, naturalmente Marcelo no solo se levantó cada media hora a ver la hora, encendiendo luces y con mucha bulla, sino que también se equivocó y despertó a todos a las 4 a. m. en lugar de las 5 a. m.
Al llegar a Managua, nos encontramos un país saliendo de la guerra en busca de una paz duradera. Recuerdo a Carlos Mejía bajo un árbol tocando guitarra y cantando canciones de esperanza. Se estrenó la obra en un teatro completamente lleno de un público entusiasta. La entrada era gratuita y no teníamos dinero para pagar un hotel, así que nos hospedamos en casas particulares. ¡Y qué sorpresa al encontrarme con mi hijo Mario en uniforme militar y con una especie de rifle-ametralladora al hombro! Me dijo que podía hospedarme en el cuartel donde él estaba. Antes de la función, hubo los discursos de rigor, primero de Ernesto Cardenal, de ojos azules y pelo tan blanco como su sotana. Luego habló Marina Volio, nuestra ministra, quien dijo “Soy hija de un sacerdote revolucionario...”
El regimiento al cual pertenecía mi hijo estaba en el lujoso Country Club, pero los dormitorios, en los antiguos lockers para los golfistas eran muy sencillos. Mario me cedió su litera y como tenía muchas horas de no dormir, me dormí de inmediato. Al despertarme me di cuenta de que él había dormido en el suelo. Esa mañana hubo un partido de futbol en el campo de golf y los greens eran las porterías.
La noche antes del regreso, invité a cenar a Mario y a varios de sus compañeros. Fuimos a un restaurante cuyas ventanas estaban llenas de avisos de tarjetas de crédito, pero, cuando mostré la mía, el administrador me dijo que las tarjetas eran del régimen pasado y ahora no tenían ningún valor. Luego, viendo que todos, menos yo, estaban armados hasta los dientes, dijo “si no me pagan, no importa.” Pero entre todos pudimos pagar la suma total y nos fuimos tranquilos.
Había en el ambiente una alegría por haber terminado con una tiranía de tantos años y una ilusión por un futuro puro y democrático. Pero los vencedores se volvieron peores que aquellos a los que habían vencido. Todos los que arriesgaron sus vidas por un ideal se dieron cuenta luego de que su sacrificio fue en vano.
No fueron en vano, en cambio, todos los esfuerzos de tantos que trabajaron para crear y mantener una Compañía Nacional de Teatro, cuyos ideales todavía perduran.