De existir un listado de los pioneros del escándalo en la farándula estadounidense, Eddie Fisher, fallecido el pasado 22 de setiembre, se pelearía el primer puesto.
Uno de los cantantes más exitosos de la década de los 50, Fisher probó la fama durante la adolescencia cuando el músico Eddie Cantor lo descubrió en el hotel Grossinger, en Nueva York, y lo reclutó para una gira nacional. Al enfermarse Cantor a mitad de esta gira, Fisher lo sustituyó como protagonista y se convirtió en un éxito instantáneo.
El encanto de Fisher, hijo de un inmigrante ruso judío, se vigorizó entre las mujeres cuando el joven de sonrisa juguetona estrenó uniforme del ejército estadounidense. Entre 1951 y 1953, no solo entretenía a las tropas norteamericanas en Corea, sino que también vendía millones de álbumes y estrenó decenas de éxitos como Oh,My Pa-Pa y Tell Me Why . Regresó a Estados Unidos convertido en héroe y superestrella.
Por eso, cuando contrajo nupcias con Debbie Reynolds (la protagonista de Cantando bajo la lluvia y llamada “novia de América”) en 1955, aquello parecía una escena de cuento de hadas. La revista Time lo catalogó como “el romance más refrescante del mundo del entretenimiento”.
Juntos, Fisher y Reynolds tuvieron a una hija, Carrie (conocida por interpretar el papel de la princesa Leia en La guerra de las galaxias ) y un hijo,Todd.
Sin embargo, la nube sobre la cual flotaba Fisher se disiparía pronto en una caída libre hacia la infamia que nunca superaría. Tres años después del matrimonio con Reynolds, el cantante se convirtió en la hipotenusa de un engorroso triángulo amoroso que involucraba, ni más, ni menos, que a Elizabeth Taylor.
Fisher y Reynolds eran íntimos amigos de Taylor y su esposo, el productor de cine Michael Todd. Al enterarse de la inesperada muerte del cineasta en un accidente aéreo, el artista no titubeó en correr a consolar a la femme fatal y poco después habían llegado a la cama.
“Toda generación tiene su dosis de escándalo. Esta generación tuvo a Brangelina y a Jennifer (Aniston). En ese entonces éramos yo, Eddie y Elizabeth”, dijo Reynolds al New York Daily News la semana antepasada, en una entrevista.
“Sucedió después de que muriera Mike Todd. Nosotros éramos amigos muy, muy queridos. Mi hijo incluso se llama Todd, así que fue muy doloroso”, lamentó Reynolds, quien pasó décadas sin hablarle a Fisher.
A menos de 24 horas de concluido su divorcio con Debbie –y ante un público que aún se impresionaba con los escándalos de Hollywood– Fisher se convirtió en el cuarto esposo de Taylor, en una sinagoga en Las Vegas. Era mayo de 1959.
Mas el drama apenas comenzaba para el músico, pues lo que había sembrado con su primera esposa, lo cosecharía con la segunda. Llevaba poco el rodaje de Cleopatra en 1960, cuando empezaron a circular chismes de que entre Taylor y su coprotagonista, Richard Burton, volaban chispas.
Al principio, Fisher se dedicó a desmentir los rumores, pero cuando la misma Taylor le reconoció el amorío, él invirtió todas sus energías y mucho de su dinero para tratar de recuperarla: le obsequió un diamante de 10 quilates y un espejo engarzado con esmeraldas.
Sin embargo, ya la artista había perdido interés en él.
“El señor Fisher se convirtió en el cornudo más famoso del mundo. Estaba en el centro de las rutinas de comedia y las revistas de escándalo más picantes”, afirma una publicación de The Washington Post .
En sus memorias, Taylor asegura que Fisher, devastado y emocionalmente inestable, incluso la despertó una noche en la villa italiana que ambos compartían, apuntándole con una pistola. “No te preocupés, Elizabeth”, dijo Fisher, según las memorias. “No te voy a matar. Eres demasiado bella”.
El cantante tardó casi dos años para darle el divorcio a Taylor, y cuando finalmente lo hizo, decidió sumarle nombres a su currículo amoroso a costas de su carrera profesional que, por cierto, se había debilitado con la popularización del rock n’roll .
Fisher sostuvo una breve relación con Ann-Margret, pero cuando el músico la puso a escoger un solo amante, ella optó por quedarse con el presidente John F. Kennedy.
También sedujo a estrellas como Juliet Prowse, Kim Novak, Joan Crawford, Edith Piaf, Zsa Zsa Gabor y la futura esposa de Frank Sinatra, Mia Farrow.
En 1967, se casó con la cantante Connie Stevens y durante su matrimonio de dos años, tuvieron dos hijos. A los 50 años, Fisher se casó por cuarta vez con una reina de belleza de 21 años, relación que solo duró 10 meses.
El pionero del escándalo norteamericano hizo varios intentos infructuosos por resurgir profesionalmente, pero se topó con la frialdad de sus seguidores, quienes, para entonces, parecían sentir aversión por la controversia. Y es que, además, el artista llevaba ya mucho tiempo de estar sumido en la adicción a las metanfetaminas y los juegos de azar.
Quien fuera la sensación musical de los años 50, se vio obligado a declararse en bancarrota.
Fisher logró superar su adicción a finales de los años 80, con la ayuda de su quinta esposa, una adinerada mujer china que murió en el 2001, dejándole una fortuna de $15 millones.
No obstante, fue el mismo músico quien se encargó de aniquilar los vestigios de popularidad, al echar mano de su jugosa vida personal para escribir dos autobiografías –una en 1983 y otra en 1999– que levantaron roncha entre sus exesposas y familiares.
Publicó detalles de alcoba de su matrimonio con Elizabeth Taylor, habló muy mal de Debbie Reynolds y alegó haber tenido también amoríos con figuras como Edie Adams, Carol Linley y Stefanie Powers.
Tal molestia causó en su hija Carrie el segundo libro, que manifestó: “Ya fue suficiente, voy a tener que fumigar mi ADN”, declaración que se hizo famosa.
No obstante, tras la noticia de su defunción, Debbie Reynolds le aseguró al New York Daily News que, pese a todo, prefería recordar la huella positiva de Fisher. “Deberíamos recordarlo por su talento y amabilidad; era un hombre muy dulce. Solo que le encantaban las mujeres. Esa era su debilidad, aparentemente”.