Un espectador solitario se siente más acompañado en la galería del Centro Cultural Histórico José Figueres Ferrer, en San Ramón. Muchos rostros lo confrontan desde las paredes. Si usted es oftalmofóbico (miedo a ser observado fijamente), mejor visite una muestra de paisaje.
El pintor costarricense José Miguel Páez presenta la exposición Retratos, en la cual presenta obras de este género. Aunque desde niño le ha interesado retratar personas, Páez ahora reflexiona sobre su trabajo como un intento de capturar aquello que está en cambio constante.
La exposición se compone de 11 cuadros al óleo –la mayoría en grande y mediano formatos– y tres dibujos a lápiz. Todas las obras se identifican con el título genérico de Retrato. ¿Ha oído hablar de los cruces de miradas? Aquí hay un choque múltiple.
Sus pinturas suelen retratar a modelos (principalmente varones) desde distintos encuadres: de cuerpo completo, de medio cuerpo, en plano medio corto (hasta la mitad del pecho) y en primer plano (hombros y cabeza).
En la mayoría de las obras, el personaje enfrenta la mirada del espectador ya sea frontalmente o desde una perspectiva de tres cuartos (a medio camino entre la posición enfrentada y el perfil).
“Mis modelos suelen ser personas cercanas con quienes me siento cómodo pues es difícil encontrar a alguien que esté dispuesto a soportar varias horas y sesiones de pintura”, revela el retratista.
Páez sigue el consejo de la pintora estadounidense Alice Neel (1900-1984) para dirigir a sus modelos. Ella dejaba que las personas adoptaran las poses que prefiriesen porque decía que los gestos naturales son parte de la personalidad.
Según el artista, sus dibujos representan un registro más directo de la realidad. Páez siente como si el lápiz fuera una extensión de su propio cuerpo, lo que asemeja sus dibujos con el pensamiento puro.
Las pinturas son otra cosa. Para hacer estas obras, Páez usa óleo, cuyas cualidades grasas le son más apropiadas para abordar una figuración orgánica. Cada obra empieza con un dibujo preliminar a pincel con pintura diluida, tal como aprendió de su profesora Dinorah Bolandi (1923-2004). Posteriormente introduce el material más denso y las figuraciones más definidas.
El artista no gusta de trabajar sobre fotografías. Él recuerda la anécdota de la elaboración de uno de los cuadros más famosos del español Antonio López García.
Cuenta Páez que a López le interesaba retratar un sitio de la Gran Vía que tenía una luz especial por solo 20 minutos diarios. Tardó entre 1974 y 1981 en finalizar la obra.
“Él pudo haberle tomado una foto al lugar y resolver el cuadro en unos meses; pero no: su propósito era estar enfrente de la Gran Vía”, explica Páez.
Esa es la misma razón por la cual el costarricense prefiere trabajar cara a cara con los modelos e interactuar con ellos. Para el pintor, la fotografía es un medio estático, mientras que la pintura es un medio que conserva las huellas de lo que ocurre mientras se pinta. Esta reflexión nos lleva a una de las preocupaciones centrales en su trabajo: mirar a la pintura como el registro de muchos instantes.
Retrato del tiempo. Dos géneros clásicos en la pintura han emocionado a Páez en su carrera: el retrato y el bodegón. Con la muestra reciente, el artista ha vinculado ambos. Páez explica que la pintura de naturalezas muertas es un género que refleja el paso del tiempo.
Por ejemplo, unas frutas que sirven como modelos suelen marchitarse y la pintura de unas flores prácticamente se debe resolver en una sola sesión debido a que son muy efímeras.
“Los cambios en el modelo se dan durante el proceso de la pintura, pero también hay que aceptar que la mirada del pintor cambia continuamente”, explica.
El artista quiso aplicar esas ideas a sus retratos. Más que la figuración de una persona, sus cuadros intentan ser el retrato de los muchos instantes durante los cuales se enfrentó con el modelo.
Como en el caso del cuadro del español López García, una sola tela de Páez se convierte en un registro de momentos distintos.
“La superficie de mis cuadros no tiene esa apariencia continua y ‘perfecta’ que usaban pintores como Ingres, sino que es más irregular: algunas secciones tienen mayor detalle y mucha concentración de pintura, mientras que hay otras que apenas tienen pigmentos. Mis pinturas son irregulares, igual que el proceso de pintarlas”, explica.
Esta persecución de instantes hace que el pintor considere la pintura como un proceso en el cual siempre lleva las de perder, pues el tiempo no para.
Por ello, no considera obras acabadas algunos de los retratos que exhibe. El peso de la obra terminada no lo desvela pues considera que lo más importante es el proceso y no el resultado.
No obstante, afirma que él ha vendido retratos de personas a quien el comprador no conocía; la compra se hizo solo por el gusto de la pintura.
El retratista reflexiona: “Aunque las artes sigan evolucionando, creo que siempre existirá esa inquietud del espectador hacia esa obra que lo mira de vuelta. El retrato debería estar más vigente que nunca porque cada vez nos conocemos menos como seres humanos, cada vez somos más ajenos y nuestras relaciones están más mediadas, son más frías”.
Tal vez, como afirma José Miguel Páez, vale la pena volver la mirada hacia nosotros mismos.