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Autora de tres libros de poesía, dos de los cuales fueron premiados, Silvia Castro publica el cuarto en España. Se trata de una cuidada edición –como deberían ser especialmente todos los libros de lírica–, titulado Agua (Madrid, Editorial y Colección Torremozas, 2010).
En una colección de 48 poemas, dedica sus líneas a la ciudad y sus calles, los supermercados, el ataque terrorista en Madrid, la vejez, la escritura poética y su sujeto. Son en su mayor parte temas urbanos, y, por esto, muy propios de la estética contemporánea.
Se descubre, además, que, a lo largo de la lectura del libro, sucede una situación extraña y peculiar: se percibe el silencio. Es peculiar porque la naturaleza del lenguaje verbal, como la música, es oponerse al silencio.
Sin embargo, al igual que ocurre con las notas musicales, las palabras por ausencia necesitan su contrario, es decir, requieren el silencio para definirse como lo que no son, para surgir, para sobreponerse a la inexistencia.
Convocación. Se sabe que escribir buena literatura es difícil; sin embargo, más difícil aún es, mediante las palabras, poder convocar el vacío. Porque, si bien para algunos escribir puede ser únicamente la operación de colocar una palabra al lado de otras, más original es tener la capacidad de escoger única y solamente las palabras precisas, las que se requieren exactamente para decir algo, economía necesaria para poder, al mismo tiempo, crear alrededor de ellas un espacio sin palabras, un contexto –podríamos decir– “negativo” o antiverbal.
El silencio se convoca no solo porque se mencione en varios poemas; se trata en realidad de una operación un poco más compleja de construcción del texto poético.
En algunos poemas, el texto se inicia con estrofas de 6 versos largos, para pasar a unos más breves, de 3 sílabas, un verso de una palabra, seguido de un espacio, otro verso, otro espacio y finaliza.
Las palabras se colocan de forma tal que el lector deba detenerse; el efecto es la creación de un lugar vacío, sin palabras.
Una red hilada. Otro recurso para conseguir algo similar se logra mediante la colocación de la última palabra en un verso aparte, en el margen derecho. Al situarlas en ese lugar, estas se resaltan pues a su alrededor no hay otra palabras, solo silencio.
Así, más que lo enunciado por el texto, más que las palabras y sus significados, se subraya la enunciación y, tal vez en realidad, se trata de algo parecido a la respiración.
La importancia del silencio se confirma en el último poema, titulado «Fe de erratas»: este se inicia con estos versos:
De todo lo dicho [es decir, el libro o todos los poemas que uno acaba de leer]
queda
un olor a mentira.
Solo el silencio a flote.
Se establece, por lo tanto, una oposición entre el silencio y la creación, la escritura, de manera tal que se invalida todo lo antes dicho. El Lector seguramente se preguntará: entonces, ¿para qué escribir y para qué leer, si todo es falso?
El mismo poema se encarga de responder cuando dice que al final solo quedan los hilos de la red hilada, es decir, las palabras. El silencio no preexiste a la palabra poética; por el contrario, es un silencio creado por la palabra. Gracias a todos lo anterior, el libro Agua lanza una interrogante profunda y original, que amerita su lectura', en silencio.