Resulta obvio afirmar que la seguridad social y su institución primada, la Caja Costarricense de Seguro Social, necesitan de una organización mejor adaptada al cumplimiento de sus fines y una nueva estrategia para su cumplimiento. Posiblemente, la crisis que vive le permita al país introducir, por fin, algunos de los cambios de gran envergadura requeridos, desde hace mucho. Sin embargo, hay un aspecto en el que se repara menos y que desborda los límites del problema: lo que ocurre en la Caja no es independiente de otros aspectos de la vida nacional.
En primer lugar, resulta imprescindible aumentar la riqueza del país. Si estuviéramos creciendo a un ritmo mucho mayor, como otros países –pensemos en Panamá o en Chile, para no hablar de una nación grande como Brasil o de otra tan lejana como China–, podríamos gastar más en salud cada año y los problemas del déficit de la Caja desaparecerían. Tendríamos márgenes de acción mucho más confortables para emprender su reorganización. Desgraciadamente, sectores de la sociedad, altamente entrenados en criticar las acciones e intenciones de todos los Gobiernos, olvidan esta verdad de Perogrullo: o producimos más y mejor, o el país involucionará.
Hace algunos años se hacía necesario aclarar que el término “desarrollo” no se limitaba a los aspectos económicos, pues comprendía indisolublemente el desenvolvimiento social. Hoy parece necesario recordar que no hay desarrollo social posible sin desarrollo económico y yo agregaría, sin un incremento de nuestras fortalezas “culturales”. En sentido estricto y en sentido lato. En otros términos, todo lo que vaya contra la producción de riqueza dentro parámetros de racionalidad, como ocurre en los países más avanzados, atenta contra el desarrollo social.
Obligaciones sociales. Normalmente se repara en lo que los gobiernos hacen o dejan de hacer para promover el desarrollo nacional, y está bien. Así debe ser. Existe mucho menos sensibilidad en relación con las obligaciones sociales de la población. Echo de menos el precepto, tan en boga hace unas tres décadas, según el cuál no se puede esperar todo del Estado. Por algo, no se volvió a repetir. La parte más activa de la sociedad en materia de análisis y de protestas, debe autoexaminarse y establecer, con sinceridad, si está contribuyendo a aumentar la riqueza del país o no.
Criticar, oponerse, denunciar, constituye un minúsculo trecho del camino. La acción constructiva, mucho más difícil de emprender, es esencial dentro de las funciones ciudadanas y nos compete a todos. ¿Se estarán preguntando muchos de los responsables del desarrollo nacional cuyos cargos no son políticos, si están haciendo lo que deben? ¿Serán tan sensibles en relación con sus privilegios –porque los hay– como los son con relación a los de los demás? ¿Estaremos cumpliendo los educadores, de todos los niveles, con el deber de preparar bien a la población? ¿Y qué decir de muchos médicos, empleados públicos y choferes profesionales? Por citar solo algunas actividades de las que se requieren para que el país funcione. Y no se trata de señalar a nadie, sino de examinar la propia actitud.
Muchas de las ineficiencias que arrastra el país, verdaderas rémoras, provienen de la impericia, de la falta de disciplina de quienes están encargados de cumplir las tareas cotidianas, a veces complejas, a veces, simples. Y los defectos de la gente, profesionales o no, son resultado de su formación. Cuando se hunde una carretera, la gente piensa en el jerarca, yo pienso en el ingeniero. Cuando se corta un árbol, se piensa en el funcionario que lo autorizó o en el que debió impedirlo, yo pienso en quien lo cortó. Cuando la cañería no nos trae agua suficiente, no nos limitemos a echarle la culpa a los funcionarios: pensemos en la racionalidad con que gastamos ese recurso.
En Costa Rica, hoy, la protesta está a flor de piel. Cualquier decisión es provisional, pues se ciernen amenazas sobre ella. Medidas de presión y de carácter legal se encargan de dar al traste con las mejores intenciones. Como dijeron los diplomáticos estadounidenses, somos una democracia disfuncional e hiperlegalista. Pocas veces he oído un diagnóstico más certero de la vida nacional. Nos guste o no.
Me pregunto, cómo vamos a resolver nuestros problemas energéticos. Cómo vamos a enriquecernos lo suficiente para lograr niveles de equidad satisfactorios y cada día más exigentes; muchos nos preguntamos, además, cómo vamos a reducir la distancia entre ricos y pobres y como podríamos continuar protegiendo la naturaleza, si vamos a estar en medio de la miseria. Los países son los que su población hace de ellos; usted incluido. Y no serán nunca países ricos o países pobres, con independencia de la mentalidad dominante y de la actitud de su gente, expresada en hechos.
Para lograr el éxito es imprescindible poner a la población en sintonía con el propósito de hacer nuestro país altamente productivo, de engrandecerlo, de incrementar sistemáticamente su capacidad creadora, aun cuando no sea eso lo único que debamos lograr.
Hace tiempo que no le recordamos a los ciudadanos que deben integrarse activamente y no solo con palabras, a la lucha contra la ineficiencia, que el tiempo perdido lo perdemos todos y que la incapacidad para organizarnos y cumplir bien el trabajo diario, empobrece, no solo a los ricos que lo serán un poco menos, sino a los pobres que lo serán mucho más.
Hay una ética del trabajo en función de la productividad del país que pasa por el esfuerzo y que debe ponerse en vigor plenamente. Lo anterior, sea dicho con mil perdones para quienes la cumplen a cabalidad.