Kenneth Lander, un abogado de Monroe, Georgia, se mudó con su esposa, hijastra y sus tres hijos más chicos de los siete que tiene, a una finca cafetalera en San Rafael de Abangares, en Costa Rica. Siempre “fue solidario” con Latinoamérica, y después de unas vacaciones en el exuberante bosque de neblina, cerca de Monteverde, en el 2004, determinó regresar en forma más permanente.
También buscaban un mayor equilibrio en su vida impulsada por el trabajo; así, tras haberle comprado una finca cafetalera a un agricultor al que conoció en un viaje anterior, empacó su vida y se mudó. “Fue como la Familia Robinson”, bromea Lander. “Solo nos fuimos”.
En Costa Rica, Lander, hoy con 46 años de edad, no tenía que preocuparse por hacer dinero. Del cielo le cayó un dinero por la venta de una parte de una subdivisión residencial que ayudó a desarrollar en Georgia; el plan era seguir vendiendo más lotes y vivir de las ganancias. Así es que cultivaba café por diversión.
Luego, en el 2008, golpeó la crisis financiera. El valor de su subdivisión se colapsó, y la urbanización estaba endeudada. De pronto, tuvo que sostenerse como caficultor. Muy pronto se percató de cuán difícil iba a ser. Solo tenía cinco hectáreas que, al año, producían 2.700 kilogramos de granos de café grado especialidad.
Pertenecía a una cooperativa de “comercio justo”, que garantizaba un precio mínimo a los agricultores, pero solo sacaba $2,85 por kilo por un café que en Estados Unidos se vendía al menudeo en casi $26,50 el kilo. Su ganancia neta era tan baja que en un momento su ingreso había bajado a $120, que tenían que durarle dos semanas. “Estaba en la caja debatiéndome por comprar el champú o una bolsa de arroz”, recuerda Lander.
¿Por qué no veía más de ese precio final?
Esa pregunta se la han hecho los campesinos a lo largo de la historia, en particular en los países en desarrollo, donde con frecuencia los productores de cultivos básicos, como el café y el cacao, viven en la pobreza. En las últimas décadas, un movimiento mundial bajo la consigna general de comercio justo ha tratado de rectificar ese desequilibrio.
A cambio de recibir precios “justos” por sus productos, los agricultores del comercio justo deben apegarse a los estándares ambientales y laborales establecidos por los organismos certificadores, el mayor de los cuales es Fairtrade International, una organización no lucrativa con sede en Bonn, Alemania. Representa a 1,24 millones de agricultores y jornaleros de cultivos que incluyen el café, los plátanos y la miel.
Sin embargo, Lander empezó a pensar que podría mejorar esa idea. Comenzó a experimentar. Con una tostadora que había adquirido en mejores épocas, empezó a tostar sus granos y venderlos en Facebook a amistades en Estados Unidos. También abrió una cafetería llamada Common Cup, en Monteverde, y vendió su café a los turistas.
Cuando se le acabaron los granos, se juntó con otros caficultores de la zona, Jorge Fonseca y Alejandro García – quien también tenía una cafetería, Colibrí – y empezaron a embarcar volúmenes mayores. De pronto, estaba haciendo dinero.
Esta empresa de bricolaje llevó a la creación de Thrive Farmers Coffee en el 2011, que Lander empezó con García y Michael Jones, un emprendedor basado en Atlanta.
En gran medida, la compañía todavía no está probada, pero se construyó con base en la idea de que los caficultores pueden “participar en el valor agregado conforme el café va bajando hasta llegar al consumidor final”, explicó Lander.
Típicamente, los caficultores venden los granos verdes, es decir, sin tostar. En general, en esa etapa tienen un precio basado en el del mercado de materias primas, que en febrero promedió $3,37 el kilo de café arábigo, según la Organización Internacional del Café.
El concepto de comercio justo aporta una mejoría a ese modelo. Paga el precio del mercado por los granos, pero, más importante, garantiza un precio mínimo – ahora de casi $3,10 el kilo de café arábigo–. Además, la cooperativa local que recolecta y procesa los granos conserva una prima, hoy de unos 44 centavos de dólar, que se usa para servicios sociales como becas y atención de la salud para los caficultores y sus familias.
Teóricamente, un agricultor del comercio justo nunca pierde porque cuando el precio del mercado de productos básicos es más alto que el del comercio justo, recibe aquel y la cooperativa, la prima. Sin embargo, los compradores adquieren granos sin tostar, y vienen después los procesos que agregan al precio y al valor del café.
En el sistema que Thrive trata de desarrollar, se les paga a los caficultores solo después de haber exportado, empacado y vendido su café a los minoristas – a un precio mucho más alto–. Si el café de vende en, por decir, $16 el kilogramo, Thrive divide las ganancias en 50-50 con los caficultores, quienes, según el ejemplo, terminan con casi $8 el kilogramo.
Los caficultores que trabajan con Thrive deben pagar costos más altos por procesar y exportar, pero Lander dice que ganan cerca de cuatro veces lo que obtendrían con el comercio justo una vez que se incluyen los costos de producción y las cuotas de la cooperativa. Y Thrive los ayuda al forjar relaciones con las fincas y cooperativas que procesan el café. Luego, una vez que se embarcaron los granos a Estados Unidos, Thrive se hace cargo del manejo del embalaje, el tostado y las ventas. En algunos casos, Thrive vende los granos verdes a las tostadoras, y entonces el caficultor recibe 75% de lo recaudado.
“Estamos enseñando al agricultor a que no tiene que renunciar al control de su café”, dijo Lander. “Lo puedes ver durante todo el recorrido de la cadena del valor”.
El sistema de Thrive está entre un creciente número de innovadores modelos de negocios en los sectores del café y el cacao, los cuales permiten que los agricultores incrementen la propiedad y los márgenes de ganancia. Los productores de cacao en Ghana son parcialmente dueños de Divine Chocolate, con sede en Londres, y reciben un porcentaje de las ganancias de la compañía. Pachamama Coffee Cooperative, un negocio basado en California, es propiedad de agricultores de Latinoamérica y África. Después de que se tuesta y se vende el café en Estados Unidos, todas las ganancias son para los caficultores. Todas estas iniciativas brotaron del comercio justo y están orientadas a guiar al movimiento en una dirección significativamente lucrativa.
Paul Rice, el presidente y director ejecutivo de Fair Trade USA, la organización sin fines de lucro que certifica las transacciones entre compañías estadounidenses y sus proveedores, aplaudió a las que son como Thrive, pero preguntó: “¿Ese modelo es realmente expandible? ¿Va a llegar a millones de agricultores?”.
Lander reconoce los desafíos en el modelo de Thrive y dice que se han presentado fallas a medida que sus socios y él han ido entendiendo el negocio. Dos grupos de caficultores de Thrive que no procesaron su café de conformidad con los estándares establecidos por la Asociación Estadounidense de Café de Especialidad, por ejemplo, lo tuvieron que reprocesar.
“Es la primera vez que se pide a los caficultores que piensen en la calidad”, dijo Lander. “Ahora le venden al consumidor final. Así es que es algo que les tenemos que enseñar”.
Carlos Vargas, el director financiero de CoopeTarrazú R. L., una cooperativa cafetalera en Costa Rica, dijo que el modelo de pagos de Thrive, en el cual los caficultores tienen que esperar hasta que se vende el café en las tiendas de abarrotes para que se les pague, podría ser un apuro para los pequeños agricultores.
“Al final, el caficultor obtiene un buen precio, pero el problema es que no existe un balance correcto entre cuando necesita el dinero y cuando lo recibe”, señaló Vargas.
En 2012, Thrive vendió casi 150.000 kilos de café en Internet, a iglesias y por medio de tiendas de especialidades. El café se vende en $22 a $27 el kilogramo.
Lander dijo que de los 625 caficultores de Thrive en Costa Rica, Honduras y Guatemala, 480 habían recibido su parte de las ventas. El resto consignó su café a Thrive ya entrada la temporada, así es que todavía no llega al mercado.
En cuanto a su propio bienestar, Lander comentó que desde que Thrive atrajo a inversionistas ángeles el otoño pasado, se asignó un “salario conservador”. Sin embargo, agregó: “Nunca había sido tan feliz ni me había sentido tan realizado”. Y ya no tiene problemas para comprar champú.