La bruja Zárate ha sufri-do el robo de su amado pavo real y, en represalia, amenaza con lanzar la gigantesca Piedra de Aserrí contra la ciudad de San José. Sus poderosos conjuros provocan “una desarmonía espiritual por todo el país”, y con ella se desata una creciente oleada de apariciones de “condenados, ánimas o errantes”.
Cinco jóvenes intentarán un desesperado rescate en el que deberán luchar contra el asedio del Cadejos, la Tulevieja, el Padre sin Cabeza, la Llorona y el Mico Malo, en tanto que reciben la inesperada ayuda de una Carreta sin Bueyes convertida en una especie de taxi volador.
Estas peripecias constituyen la trama fundamental de la novela Tiquicia: el despertar de las leyendas (2008), de Harold Vindas Zamora. Este muy reciente relato da fe de la pervivencia de la tradición narrativa folclórica costarricense, lo cual revela tanto su carácter dinámico –en este caso en clave paródica– como su presencia en la llamada “literatura culta”.
Narraciones. Es posible rastrear la presencia de los seres del folclor narrativo en la literatura nacional al menos desde la aparición de la Llorona en el volumen Costa Rica pintoresca. Sus leyendas y tradiciones. Colección de novelas y cuentos, historias y paisajes (1899), de Manuel Arguello Mora.
En un recuento necesariamente incompleto se puede citar “La botija”, uno de los Cuentos ticos (1901) de Ricardo Fernández Guardia, en el que se menciona al “Cadejos, la Cegua, la Llorona”; y los varios artículos que, entre 1909 y 1916, Fabio Baudrit publicó en los periódicos La Información y La Linterna , dedicados a la Carreta sin Bueyes, el Cadejos, la Segua y la Llorona.
También mencionemos los relatos guanacastecos de Aníbal Reni, incluidos en Sacanjuches (1937), en los que se retrata a los cipes, un tipo de duendes que tendrán un papel protagónico en varios de los cuentos de Del folklore costarricense (1975), de Gerardo Gamboa Alvarado.
La Tulevieja aparece en los Cuentos y hazañas de Ñor Garúa (1984), de Eliseo Gamboa, y Sisimiqui en El abuelo cuentacuentos (1974), de Carlos Luis Sáenz.
Por último, es posible rastrear muchos otros relatos sueltos en las diversas recopilaciones publicadas por Elías Zeledón Cartín, y en una moderna reelaboración en la novela Faustófeles (2009), de José Ricardo Chaves.
Esa proliferación de textos literarios basados en la narrativa folclórica da cuenta de su vitalidad como conducta tradicional y colectiva. Sin embargo, no solo la literatura se ha nutrido de estos seres “fantásticos”; los lexicógrafos –linguistas encargados de elaborar diccionarios– también les han prestado especial atención.
En el Diccionario de barbarismos y provincialismos de Costa Rica (1892), obra pionera de la lexicografía nacional, Carlos Gagini ya se preocupaba por definir el significado de “'Cadejos”, “Cegua”, “Cuyeo”, “Hermano”, “Llorona” y “Tule vieja”.
De acuerdo con Gagini, el Cadejos es “un animal fantástico, creado por la imaginación de nuestro pueblo. La gente supersticiosa se lo representa como un enorme perro negro, de ojos encendidos y pelo largo y envedijado, que en las altas horas de la noche sale á asustar á los transeúntes, espantar las caballerías y hacer otra porción de diabluras”.
Fantasías. En los años posteriores a la obra de Gagini, varios libros lexicográficos sobre el español hablado en Costa Rica incluyeron los seres de la narrativa folclórica.
En los diccionarios de Miguel Ángel Quesada (1991), Arturo Aguero (1996), Luis Ferrero (2002) y Víctor Manuel Sánchez (inédito) se encuentran definidos los más representativos seres de nuestro particular “bestiario”: Cadejos, Cegua (o Segua), hermano, Tulevieja, cuyeo, Carreta sin Bueyes, Llorona, Dueño de Monte, luz o luz de muerto, cipe, Padre sin Cabeza, oso caballo, Mico Malo y duende.
Uno de los desafíos del lexicógrafo en este campo es la selección del hiperónimo empleado para definir estos términos. Según Luis Fernando Lara, el hiperónimo es aquel “vocablo cuyo significado, por ser más general, puede sustituir parte del significado de otros vocablos, ayudando a su comprensión, aunque perdiendo precisión”. Un ejemplo de ello es la palabra ‘deporte’, que actúa como hiperónimo de ‘futbol’, ‘basquetbol’, ‘natación’, ‘esgrima’, etc. Así, la definición de ‘futbol’ se construye a partir de dicho hiperónimo: “Deporte que se practica con dos equipos de once jugadores'”.
Los seres de la narrativa folclórica han sido definidos mediante el uso de los sustantivos “animal”, “figura”, “superstición”, “ser”, “personaje”, “mujer”, “creencia”, “espanto”, a los que se les han añadido los adjetivos “vulgar”, “popular”, “fantástico”, “absurda” y “legendaria”.
Esos hiperónimos revelan la actitud de los lexicógrafos ante tales producciones narrativas. Los dos adjetivos más utilizados, “fantástico” y “legendario”, comparten similares problemas.
Lo fantástico remite a lo quimérico, lo fingido, lo que es producto de la imaginación. El adjetivo “legendario” tampoco resulta del todo adecuado para referirse a los protagonistas de la narrativa folclórica.
Como es claro, “legendario” es un derivado del sustantivo “leyenda”, definido por el DRAE como “4. Relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos”. De nuevo, se evidencia que el núcleo significativo de la definición es la irrealidad que se asocia con lo maravilloso.
En otros términos, las piezas narrativas folclóricas se crean a partir de ‘casos’ o ‘acontecidos’, experiencias que se presumen reales –no como invención ficticia– por parte de la comunidad que las produce y consume. Así, algunas personas creen que el Cadejos sí existe porque se le apareció a un vecino.
Definiciones. En el circuito original de difusión de estos textos, no se les atribuye un valor de verosimilitud, como sucede en la literatura, sino de veracidad o realidad. Así, la Tulevieja “no es” un invento.
Sin embargo, el sujeto letrado descalifica a la Cegua como creencia ajenas al racionalismo occidental: es superstición o fantasía. En esta cultura, la distinción real/ irreal expresa una jerarquía en la que “real” está dotado de todo el prestigio y la autoridad de la veracidad –¡pobre Cegua!–.
En su libro clásico The Terror that Comes in the Night (1982), David Hufford propuso la teoría de las creencias sobrenaturales centrada en la experiencia. Para Hufford, la experiencia sirve para analizar las creencias folclóricas. Él se desligó de la investigación de las creencias sobrenaturales que, desde la Ilustración, trataron de demostrar su falsedad.
Hufford entiende las experiencias humanas de lo sobrenatural como “posiblemente reales” y se negaría a definir al Padre sin Cabeza, por ejemplo, como alucinación o invento. Por el contrario, el investigador debe aceptar que la comunidad siente que es real su “experiencia sobrenatural”.
Por tanto, la lexicografía debe respetar el carácter de experiencia que estos relatos poseen para una comunidad. Así superará la centenaria tradición del descreimiento. Este es un ejemplo de tal propuesta:
Cadejos sust. m. (en la narrativa folclórica) Perro negro de gran tamaño y ojos brillantes que arrastra cadenas y que durante las noches se aparece en sitios solitarios a los juerguistas para atemorizarlos y motivarlos a enmendar su comportamiento.
De esta forma, los lexicógrafos contribuirían a que la bruja Zárate, su pavo real y tantos otros seres de la narrativa folclórica continúen poblando nuestra imaginación y hasta nuestra percepción de la realidad.
El autor es profesor de la Escuela de Filología, Linguística y Literatura y miembro del Instituto de Investigaciones Linguísticas de la UCR.