El asunto de la buena convivencia, tiene dimensiones micro y macro.
Los países vecinos, tienen que tomar medidas para convivir. Se encuentran no solo en sus fronteras sino también en los flujos migratorios y comerciales y en el tema abstracto de la soberanía.
Sin embargo, lo mismo ocurre a otra escala, con los compañeros que comparten el espacio de una oficina, con los condóminos que comparten un espacio en el cual están ubicadas sus viviendas, o con los pasajeros de un hotel.
Hay áreas comunes y también hay áreas privadas.
Aun en una oficina muy estrecha, el espacio de la fotocopiadora es común: nadie se extrañará de encontrar a alguien ocupando ese espacio.
En cambio, el sitio de trabajo de cada uno es personal. No es aceptable que nadie nos cambie de sitio la computadora o las fotografías familiares.
También hay tiempos comunes y tiempos privados.
Cuando recién llegamos a la hora de entrada, son permitidos el intercambio y las bromas, pero a las once de la mañana, cuando todos estamos ocupados, no se aceptan las interrupciones que pudiera causar cualquiera de los compañeros.
La regulación de esas áreas, de esos momentos y de los intercambios, se va dando según transcurre el tiempo, cuando se van condensando las normas de convivencia.
Hay unas normas de convivencia específicas. En una planta industrial, lanzar un avión de papel que pudiera afectar la materia prima o el equipo, es inaceptable. En una oficina de investigación, esa broma sería aceptable.
No es bien visto que el personal de enfermería de una clínica, escuche música popular en la radio, lo cual si podría estar bien visto en una fábrica de muebles. Aquí, sería muy extraño que alguien cantara, lo cual no es extraño en una construcción.
Y hay unas normas de convivencia generales: El respeto al otro; su derecho a expresarse; el derecho de los demás a su espacio y a su silencio; y, en general, la subordinación del comportamiento individual, al objetivo común y al bienestar de todos.