El ranquin de ligas del Instituto Internacional de Historia y Estadísticas de Fútbol se elabora, principalmente, con base en méritos deportivos.
No alcanzarían 365 días en horario 24/7 para escudriñar letra por letra reglamentos, estatutos, sentencias, informes, notas, entrevistas, dimes y diretes en cada uno de los 209 países afiliados a la FIFA, ni para revisar ladrillo por ladrillo toda la infraestructura futbolística del orbe.
Así las cosas, se entiende que Costa Rica aparezca como la segunda mejor liga de Concacaf, puesto que sus tres representantes (Saprissa, Alajuelense y Herediano) avanzaron a los cuartos de final de la competición interclubes de la región, al tiempo que la Selección Nacional se catapultó como la mejor de la confederación tras su octavo lugar en Brasil 2014.
Si bien, la base de la Tricolor que triunfó en Brasil está constituida por legionarios, todos, absolutamente todos sus integrantes fueron formados en equipos del balompié local.
Por eso, desde fuera, la liga tica se ve como una casa bonita. En su exterior. A los ojos del mundo. La fachada. Pero hay que vivir en ella para ver la realidad: cables eléctricos expuestos y chispeantes, sin entubado, cañerías herrumbradas y goteantes, el cielorraso desmoronándose, los inodoros rebalsados y malolientes, las ratas masticando sillones.
Para muchos, nuestro campeonato es un caos, y, para otros más ácidos que yo, las mismas letras, pero en otro orden: un asco.
Desde fuera, no se ve la pérdida de puntos en la mesa por deudas con la seguridad social, ni se escucha sobre árbitros “maricones”, ni de partidos “asquerosos”, ni de balas perdidas.
Tampoco se sabe que le pegaron impunemente un cilindro de gas en la cabeza a un oficial de Fuerza Pública. Menos se conoce de la anulación de la final de la Liga de Ascenso por presuntas pifias reglamentarias, ni de clubes que pretenden jugar de noche bajo la tintineante luz de candelabros, ni de temerarias insinuaciones de arreglo de partidos sin aportar pruebas, ni de equipitos que juegan de “locales” en las sedes de sus rivales de turno por unos centavitos más, ni de apelaciones porque el portero rival se pintó el número con “pilot” (no es chiste), etc., etc., etc.
En suma, entiendo las limitaciones del ranquin del Instituto Internacional de Historia y Estadísticas de Fútbol, pero no como cuento.