** FILE ** Chess star Bobby Fischer is seen in New York, in this April 28, 1962 file photo. U.S-born Fischer, who renounced his U.S. citizenship, has died at the age of 64 at his home in Reykjavik, Iceland's Channel 2 television reported Friday, Jan. 18, 2008. (AP Photo/John Lent, file) (John Lent)
Joven prodigio del ajedrez; pasó una niñez de pobreza, que compensó con su obsesión por el deporte ciencia. Fue misógino, misántropo y padecía el síndrome de Asperger. Hizo del juego de reyes un fenómeno mediático.
Artero como un alfil, agresivo como un caballo, demoledor como una torre, arrogante como una reina... Sin ser peón de nadie, fue el único rey en el universo mental de los 64 cuadros.
A su lado Albert Einstein era un tarado. Poseía un cociente intelectual de 184 puntos, 24 más que el genio de la física moderna. Solo el 2 por ciento de la población supera los cien puntos.
Armaba rompecabezas y devoraba las historietas de Tarzán y Superman; misógino y misántropo, dejó botado el colegio porque no “aprendía nada”, padecía del síndrome de Asperger, era paranoico y sabrá Dios que más cosas, pero fue el jugador más genial en la historia del ajedrez: Bobby Fischer.
Por casualidad, a los seis años de edad halló la piedra filosofal que transformó su pobre vida y lo convirtió en un semidios del tablero. Venció, él solo, a todos los titanes soviéticos, amos absolutos en la tierra de las blancas y negras.
Nació peón. Se sabe que su madre fue la enfermera suiza Regina Wender, pero su padre pudo ser el esposo Hans-Gerhardt Fischer –físico alemán que los abandonó a los dos años– o Paul Nemenyi, un prodigio matemático de origen húngaro. Este cuidó de Bobby durante la niñez y daba dinero a Regina para los gastos del niño y de su hermana Joan.
Nacido en Chicago, Fischer tenía cinco años, en 1948, cuando su madre se mudó a Nueva York y se instaló en un diminuto apartamento de Brooklyn, donde el pequeño quedó al cuidado de Joan. Fue ella la que un día le llevó un regalo maravilloso: un ajedrez.
Lo normal es que los niños prodigio aprendan el juego imitando a los adultos, pero Bobby lo hizo solo, guiado únicamente por unas breves instrucciones. Ese día cruzó el umbral a otra dimensión y comenzó a jugar para vivir, en principio contra él mismo, y su madre lo llevó al médico para que lo curara.
Entre los seis y los once años intentó llevar una niñez normal. Jugó béisbol, escuchó rock, fue a la escuela y vagabundeó con su amigo Ron Gross, pero su mente era una cuadrícula de 64 escaques y nada le interesaba salvo encontrar rivales, porque el ajedrez es una guerra y él se preparaba para la más grande del siglo XX, como esbozó Frank Brady en el libro
La primera escaramuza fue en 1951 contra el maestro Max Pavey, que lo derrotó en 15 minutos. Perdió pero despertó un gigante dormido. Carmine Nigro, presidente del Brooklyn Chess Club, decidió entrenarlo y con los años – junto con su otro tutor John Collins– fue lo más parecido a un padre para Bobby.
¡Y la luz se hizo! Comenzó a jugar en diversos torneos, donde primero llamaba la atención por su aspecto aniñado y pobretón. Flaco, desgarbado y solitario, acariciaba nervioso una medallita que pendía del cuello, usaba el cabello corto, vestía ropa barata y raída. Parecía extraído de una novela de Charles Dickens.
Cazador solitario, demostró su genialidad en una partida diabólica contra el maestro internacional Donald Byrne, en el torneo Rosenwald en 1956. Todo iba bien'pero en el décimoprimer movimiento estalló el “big bang”.
Fischer, astuto como los griegos “regaló” a su rival un caballo; sacrificó su reina e hizo una serie de combinaciones en apariencia inconexas que lo llevaron a desplazar su alfil en una diagonal profunda que dejó sin defensas al rey blanco y Byrne claudicó. Fue la partida del siglo. Bobby tenía 13 años y había ejecutado su primera sinfonía ajedrecística.
Unos amigos le consiguieron una beca en el Erasmus Hall, un colegio para ricos donde él era un patito feo. Pésimo estudiante, insociable, pasaba las lecciones dibujando garabatos. Fue compañero de Barbra Streissand; solían almorzar y reír con las ocurrencias de la revista
En su adolescencia pulverizó todas las marcas de ese juego. A los 13 años conquistó el campeonato juvenil nacional de Estados Unidos y ganó una máquina de escribir. Con 14 años jugaba partidas rápidas en la Plaza Washington por unos cuantos dólares.
Con tal de participar en el Torneo Interzonal de Portoroz, Yugoslavia, la madre organizó una colecta y recaudó el costo del tiquete para él y la hermana.
A Bobby le pareció vergonzoso pedir limosna y devolvió la plata; pero asistió a un programa de televisión en el cual los concursantes adivinaban quién era el invitado y así obtuvo el dinero.
Pasó por Moscú , donde lo recibieron como a una celebridad, lo invitaron al Ballet Bolshoi, al Museo del Hermitage y a pasear por la ciudad. Pero a él solo le interesaba conocer –y no pudo– al campeón Vasili Smyslov.
Con solo 15 años llegó a Yugoslavia para enfrentarse a los pesos completos del ajedrez mundial: Mikhail Tal, artista y mago del ataque; Tigran Petrosian, experto en la defensa; David Bronstein, genio de la táctica; Yuri Averbach, letal en los finales. Así los describió Garry Kasparov en
Solo perdió dos partidas, pactó tablas con los cuatro soviéticos y quedó de quinto; así obtuvo el título de Gran Maestro, el más joven de la historia.
En la película de James Bond,
En el cine el ajedrez es un juego complejo y sofisticado; y el jugador astuto, excéntrico y psicótico. Así era Bobby Fischer; él sacó los tableros del mundillo intelectual y los llevó a la televisión, a las portadas de los periódicos y detuvo el mundo, durante 51 días, en lo que fue la batalla más decisiva de la Guerra Fría, librada en Islandia entre el monarca Boris Spassky y aquél “enfant terrible”, opuesto a las maniobras de la Federación Internacional de Ajedrez y a la maquinaria que controlaba los torneos mundiales.
Antes aplastó a cuanto rival que osó enfrentarlo. Había dejado de ser un niño; vestía trajes caros y parecía un
El 11 de julio de 1972 tras innumerables retrasos, y una llamada del Secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger, Fischer llegó a Reihavik. Eludió a una nube de periodistas y fanáticos para, finalmente, obtener el campeonato mundial en 21 partidas.
Más que un juego fue una guerra entre dos ideologías, el capitalismo y el comunismo, de acuerdo con el libro de David Edmonds,
En Estados Unidos fue recibido en olor de multitudes. Era un héroe; salía en las portadas de las revistas; lo recibían los líderes políticos; obtuvo premios y medallas; los
Tenía el mundo a sus pies pero Fisher le dio una patada y se negó a revalidar el título contra el aspirante ruso Anatoly Karpov. Le quitaron la corona y comenzó una partida contra la vida, la que al final perdió por abandono.
Se vinculó con una secta apocalíptica, la Iglesia Mundial de Dios; poco a poco se alejó de los torneos; se volvió un ermitaño y en 1981 lo confundieron con un asaltante de bancos en Pasadena. Daba declaraciones erráticas contra los judíos y el gobierno norteamericano, hasta que en 1992 aceptó enfrentar en Belgrado – Yugoslavia– a Spassky por una bolsa de $3 millones.
Bobby ganó , pero fue declarado fugitivo internacional por la prohibición de hacer negocios con ese país, entonces enfrascado en una guerra civil sangrienta.
Recaló en Filipinas donde tuvo un hijo; fue detenido en Japón y estuvo a punto de ser extraditado a Estados Unidos, pero Islandia le concedió la ciudadanía y regresó, en el 2005, a la nación donde alcanzó la gloria.
Derrotado por su propia mente, hizo su último movimiento el 17 de enero del 2008; murió debido a una deficiencia renal, a la misma edad que las casillas del tablero. Al final del juego el peón y el rey van a la misma caja. 1