¿Qué se habrá hecho aquel chiquillo cartaginés que soñaba con ser astronauta? La pregunta surgió de una hoja amarillenta de periódico, donde una nota describía el encuentro entre el astronauta costarricense Franklin Chang Díaz, y su pequeño admirador, Julio César Gómez Moya.
La publicación, de la entonces Revista Dominical, estaba fechada 22 de mayo de 1994 y mostraba una foto del pequeño absorto frente al televisor, observando el video de él junto a Chang y los miembros de la tripulación espacial que acompañó al tico en una visita al país, en mayo de 1994.
Aquella cita no planeada fue en el gimnasio del Instituto Tecnológico (TEC), en Cartago, y Julio César asistió con su mamá.
Lo que no sabía era que resultaría premiado con el doble privilegio de acompañar a Chang en el escenario y de almorzar después con él.
En ese entonces, Julio César tenía 13 años y cursaba el quinto grado en la escuela Los Ángeles de Cartago. Arrastraba las secuelas de un parto prematuro pues nació a los seis meses de gestación. Las dificultades para hablar y movilizarse que sufrió desde recién nacido no fueron obstáculo para soñar: solía repetir que él quería ser astronauta, y aquel 5 de mayo se sintió más cerca de conseguirlo.
Difícil comienzo
Ese niño es hoy un hombre de 30 años. Aún vive en casa de sus padres, Ana Lorena y Julio, y no, no se hizo astronauta. Terminó el sexto grado y sus problemas de aprendizaje le impidieron seguir estudiando.
Actualmente, trabaja en un comercio cartaginés, donde ayuda a acomodar mercadería. Su situación actual no ha sido por su propia voluntad. Es resultado de una vida que tuvo un comienzo difícil y en la cual él ha debido sortear muchos baches.
Según cuenta su mamá, Ana Lorena Moya, desde que nació, Julio César ha pasado temporadas en los hospitales Max Peralta, de Cartago, y el Hospital Nacional de Niños, en San José, donde lo trataron por un paro, intolerancia a la lactosa y problemas de aprendizaje y de movilización.
Sufría de huesos muy débiles, que le impedían ponerse de pie, y de una estrechez esofágica por la cual tuvo que ser intervenido varias veces.
“Él es un milagro viviente. Nació a los seis meses y medio, porque yo padecía de presión alta. Caminó casi hasta los ocho años”, recuerda Ana Lorena.
Ella y Julio Gómez se casaron en 1980. Ana Lorena tenía 16 años y trabajaba de dependiente en una farmacia; él tenía 27 años. Como hoy, don Julio se dedicaba al comercio.
Su mayor anhelo era tener una familia. Por eso, al llegar la noticia del primogénito, la emoción los inundó... hasta que comenzaron los problemas de salud en Ana Lorena, que la obligaron a pasar hospitalizada desde los dos meses de embarazo.
Julio César nació por cesárea el 5 de marzo de 1981, en el Hospital Max Peralta.
Fan número uno
Ninguna dificultad le impidió a Julio César seguir la carrera de su ídolo: Franklin Chang.
“Yo soñaba con ir al espacio”, recuerda hoy, en la casa donde vive con su familia, en Jardines de Aguacaliente.
Su dormitorio parece haberse detenido en el tiempo, justamente a sus 13 años: está llena de piezas de legos y carritos de colección y, por supuesto, de todos los recortes de periódico, las fotos y los recuerdos que Chang y los otros astronautas le obsequiaron hace 17 años y tres meses.
Ahí están tarjetas, autógrafos y notas de prensa, incluida la del 22 de mayo, de la entonces Revista Dominical.
“Él (Chang) me explicó cómo funciona el despegue, cómo eran los entrenamientos y la vista desde el espacio. ¡Es una persona maravillosa!”, afirma Julio César con palabras lentas pero seguras, dejando atrás los años en que no podía hablar.
“Hay que conectarse con los sueños de los hijos. Como madre, sabía que Julio no podía llegar a una universidad; pero me sentí orgullosa y feliz porque, al menos, fue astronauta por un día”, agrega Ana Lorena.
Ese 5 de mayo está marcado en la memoria de ambos. La madre recuerda los gritos de la vecina que llegó a golpear la puerta de su casa para decirle que Chang iba a llegar al TEC.
Todos en el barrio conocían a Julio César y su pasión por el espacio, cuenta ella.
“Por dicha, yo siempre me baño apenas me levanto. Igual hacía con los chiquillos. Así que estábamos listos para ir”, relata.
Cuando llegaron al gimnasio del TEC, ya no había espacio ni para un alfiler. Ahí ocurrió el primer milagro. Con cara de súplica, Ana Lorena rogó para que la dejaran ingresar junto a su hijo, y el guarda se lo permitió al contarle que su hijo soñaba con ser astronauta.
“El gimnasio estaba repleto y nosotros logramos un lugar en la octava fila de las graderías. Ahí, nos pasaron un papel para que le escribiéramos una pregunta a Chang.
“Le dije a mi hijo que qué quería preguntarle, y él solo me repitió su sueño: ‘Dígale que quiero ser astronauta, como él’”.
Luego, se produjo el segundo milagro. La presentadora empezó a decir que entre la multitud había alguien muy especial con quien Franklin y los astronautas deseaban compartir un ratito en Cartago. “Queremos que pase adelante Julio César Gómez Moya”, dijo por el micrófono.
Ana Lorena y su hijo no salían de su asombro. El pequeño disfrutó así los que describe como los mejores momentos de su vida. Al día siguiente, sus compañeros de escuela no le creían la historia hasta que la vieron en el video que le regaló el productor Carlos Freer, y la leyeron en la Revista dos semanas después.
Julio César disfrutó de aquel único día como si hubiera sido un año. Hoy, sigue soñando, aunque con los pies más puestos sobre la tierra. Su nuevo anhelo: conocer el motor que construye Chang para llevar al hombre a Marte: el Vasmir . ¿Se le hará realidad?