Mikel Arístegui tiene una gran trayectoria y experiencia en la danza, sin embargo, no ha reservado su pericia para la élite. El trabajo con los novatos, le aporta autenticidad, dice el artista.
También ha incursionado en la enseñanza de danza a personas con discapacidad, como herramienta de liberación, y asegura que en Costa Rica se puede hacer lo mismo.
Arístegui estuvo en el país como plato fuerte del XVIII Encuentro Centroamericano y del Caribe para el Estudio de la Danza Contemporánea, que se efectuó entre el 14 y el 25 de junio en la Universidad Nacional. Este es un extracto de la entrevista con
Estoy dando una técnica de improvisación que está basada en el diálogo a través del movimiento y la comunicación del cuerpo. Es un poco abstracto, sin caer en la pantomima o en la danza-teatro.
Los estudiantes me sorprendieron muy positivamente porque se han abierto en seguida al tipo de trabajo que hago. Estoy muy satisfecho.
El bailarín de hoy tiene que ser capaz de hacer varias técnicas al mismo tiempo. Hay una gran mezcla interdisciplinaria.
A mí me aporta mucha autenticidad porque de alguna manera no tienen cánones establecidos a la hora de moverse. Normalmente el hecho de tener una escuela, también te pone un sello.
En el momento en que un cuerpo con discapacidad llega a liberarse y aceptar esa discapacidad, la manera de comunicar el movimiento es mucho más emotiva. Verlo desde afuera como observador y participar en esa transformación es algo muy grato.
A partir del momento en que me di cuenta de que el trabajo que hacía personalmente a la hora de impartir clases venía indirectamente a ser un trabajo curativo.
Los bailarines necesitan un apoyo institucional. En principio tendría que ser el Estado o incluso una institución privada que pueda abrir la convocatoria en un hogar de ancianos. A los artistas muchas veces nos gusta disfrutar del arte y decimos que si no hay dinero, igual lo hacemos. Eso es un error porque a la larga no ayuda nada. Lo que hay que hacer es presionar a las instituciones para que den apoyo.