Estudios Sociales le causaba serios dolores de cabeza a este estudiante. Él mismo acepta que tiene que rebuscar entre sus pifias académicas más famosas en esa asignatura, antes de poder elegir la más memorable.
Al final, escoge la que puso en respuesta a una pregunta sobre un expresidente de Costa Rica: “¿Quién era León Cortés?”. Su contestación –para sorpresa hasta del propio lapicero con el que respondía el examen– fue: “El animal más amable de la jungla”.
Otro alumno, de distinto centro educativo y año de colegio, tuvo un traspié cercano en gravedad, cuando un profesor le pidió en un ítem que explicara tres consecuencias de la Guerra Fría. Sus intentos fueron en vano, pues no estuvieron ni cerca de la realidad: “a) Las personas murieron congeladas. b) Hubo mucha nieve y c) Hacía mucho frío”.
Frío quedó el profesor al ver la terna de respuestas, pero casos como los anteriores no son tan excepcionales como se podría creer. Al contrario, abundan en las evaluaciones de todos los niveles educativos y le deben su existencia a diversas razones en las que nos adentraremos más adelante.
El año pasado, en este mismo medio se publicó un compendio de respuestas curiosas, sorprendentes y hasta ridículas. A solicitud de un grupo de lectores, publicamos una segunda parte del compilado, sumando más ejemplos inéditos tan reales y curiosos como los del 2011.
Todos provienen de exámenes de escuela, colegio y universidad, y llegaron a nuestra redacción gracias a estudiantes, exalumnos y profesores de diferentes asignaturas.
Algunos de sus protagonistas solo rememoran las fallas como algo anecdótico, tal y como el excolegial que recuerda haber respondido que “un criollo” era un bananito chiquitito ”. Otros en cambio, insisten en que son sus mismos profesores quienes los inducen al error, como la vez en que una maestra de Español le enseñó a toda un aula que: “antes de B y P con M escribiré... Y añadió: ‘Por ejemplo: ‘compermiso’ ”.
Un caso más vergonzoso le sucedió a una profesora de escuela que, explicando lo ocurrido durante la “Campaña del 56”, le contó entusiasmada a sus estudiantes cómo fue que se suscitaron todos los hechos hasta llegar al desenlace: “'y así fue como expulsamos a Johnnie Walker hacia Nicaragua”, dijo.
Inmediatamente, un estudiante levantó su mano para preguntar: “ Niña , ¿no sería más bien William Walker?”, notando la evidente y marcada confusión entre personajes que se tenía la maestra.
Otro docente comparte el caso de un colega que impartía Matemática y, con un problema que planteó, generó gran confusión entre sus alumnos: “Si tengo cinco rosas rojas, tres amarillas y seis blancas, ¿qué tengo?”. La respuesta más graciosa fue: “Un rosal”. ¿Pero quién podía contradecir a aquel estudiante?
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Alejandrina Mata, Viceministra Académica de Educación entre el 2006 y el 2010, asegura que para evitar este tipo de malinterpretaciones, cualquier pregunta de examen debe ser clara y estar orientada hacia una respuesta correcta, independientemente de la teoría de evaluación que aplique el docente.
“Esto es difícil de hacer; si bien los profesores llevan cursos de evaluación en la universidad, realmente es la práctica la que les ayuda a mejorar las formas de preguntar en un examen e incluso en clase. Es muy importante diversificar las técnicas de evaluación aplicando exámenes, ensayos, indagaciones, exposiciones orales, afiches, portafolios. A veces es inadecuado preguntar siempre de la misma forma, pues el profesor solo se da cuenta de lo que sabe o no sabe el estudiante sobre lo que el profesor le pregunta, y no necesariamente lo que sabe el estudiante aunque el profesor no se lo haya preguntado”, dice Mata, quien actualmente es profesora de la Escuela de Orientación y Educación Especial de la Universidad de Costa Rica.
Otro tipo de respuestas con las que se sorprenden los maestros son aquellas en las que los alumnos aceptan no tener ni la remota idea de qué responder, por lo que prefieren hacérselo saber al educador con la mayor honestidad del mundo.
En un examen de secundaria, por ejemplo, una estudiante ocupó todo el espacio de una respuesta de desarrollo explicando que no le había dado tiempo de hacer la lectura que entraba en evaluación y por ello prefería no inventarse nada, antes de mentir. Al final, la premiaron con la mitad de los puntos del ítem, todo gracias a su honestidad y transparencia.
No le sucedió lo mismo a otro alumno que respondió escuetamente: “Mejor lo dejo en blanco porque no sé de qué me habla”. Sin embargo, le fue peor a la joven que no supo explicar la teoría tectónica de placas y solo contestó: “No lo voy a responder porque me parece una estupidez. ¿Cómo es posible que existan placas y, tras de eso, se muevan?”.
¿Son señales?
En un examen universitario, un alumno de una carrera relacionada con la Comunicación, prefirió optar por dar una respuesta más que obvia y jugársela con solo eso para “rascar” puntos, los que finalmente no consiguió. La pregunta era: “¿Por qué es importante conocer el lenguaje audiovisual?” y él se conformó con poner: “Porque es importante no ser ignorante”.
Alejandra Álvarez, quien es docente especialista en psicopedagogía, asegura que los educadores no deberían reaccionar a este tipo de respuestas exclusivamente con carcajadas, ni conformarse solo con hacer una equis sobre el error. Más bien deberían hacer un análisis para determinar las posibles causas de estas conductas.
“Aunque sean tonteras que hagan a alguien revolcarse de la risa, uno como docente debe entender que cada estudiante tiene una realidad muy distinta.
”Si a mí me están contestando un montón de tonterías, quiere decir que los estudiantes se están rebelando de esta manera, o no les está quedando clara la información. Muchas veces, cuando un estudiante contesta así, es porque evidentemente no sabe nada y el profesor debe cuestionarse si la metodología que está usando puede ser responsable”, razona Álvarez.
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Con su criterio coincide Eleonora Badilla, catedrática de la Universidad de Costa Rica e investigadora del tema educativo. “Creo que el estudiantado tiene dificultades para leer y comprender, pero por otro lado, estamos promoviendo un sistema de aprendizaje memorístico y no estamos ayudando a que los alumnos piensen”, opina.
Quizá un caso que refuerza la opinión de Badilla es el de una estudiante de colegio que debía hacer un ensayo sobre Mahatma Gandhi . Sin mayor reparo, describió así al líder hindú: “Gandhi era melancólico; sentía, con clarividencia, que era un hombre insignificante”.
Además, la misma joven intentó explicar los obstáculos contra los que él tuvo que enfrentarse, al decir que lo despreciaban por el “racionismo” (o mejor dicho, por el racismo) pero además lo describió físicamente así: “Iba vestido con una manta exóticamente blanca”. ¡Ay caramba!
Otro tipo de respuestas evidencian las situaciones en las que los estudiantes prefieren escribir cualquier cosa antes que dejar un espacio en blanco. Esto, a pesar de que más tarde tengan que enfrentarse a una regañada o pasar una verguenza pública cuando el profesor cuente en voz alta con lo que se encontró.
En un examen en el que se evaluaba La Odisea , de Homero, un muchacho optó por poner cualquier cosa que sonara parecido a la respuesta que le daba vueltas en su cabeza. “¿Cómo se llama el hijo de Odiseo en La Odisea ?”, decía el ítem. “Tampico”, dijo él, en vez de Telémaco.
En otra prueba de Música, el profesor preguntó “¿Cómo se denomina a los compositores de la época del clasicismo?” Algunas de las respuestas más “jaladas del pelo” que recibió fueron: geniales, inmortales, rococós y clasistas. Lo correcto hubiera sido “clásicos”.
En un ejercicio de español de la primaria, un alumno que no supo ofrecer sinónimos para la palabra “difunto”, escribió: “descanse en paz”.
Alejandra Álvarez opina que las respuestas de este tipo dejan ver que hay estudiantes muy desmotivados y responden lo que sea hasta para fastidiar al educador. “Son pocos los alumnos que se arriesgan a poner una broma cuando hay puntos de por medio, pero este tipo de respuestas pueden ser señales de rebeldía y de que el estudiante perdió interés en la materia. Eso es lo peor que le puede pasar a un joven en proceso de aprendizaje.
”El problema es que los profesores no se cuestionen su quehacer como docentes. Uno, como profesor, tiene que enamo- rarse de lo que imparta y contagiarle eso a sus pupilos. Solo así los mantiene motivados”, dice.