La crisis económica que hoy sigue afectando las economías más desarrolladas, fue superada con bastante éxito en la mayoría de los países de América Latina. Más aún, en esta región, desde el año 2003 –con excepción del 2009– se han experimentado tasas de crecimiento del PIB relativamente satisfactorias. Algunos, se han referido a esta primera década del siglo XXI como “la década de América Latina”.
Los analistas de los organismos financieros internacionales y los políticos neoliberales de la región atribuyen ese desempeño positivo a la puesta en práctica de las políticas derivadas del denominado Consenso de Washington.
Sin embargo, esta explicación carece de bases. Tanto países identificados con ese tipo de medidas como los que se inclinan por un nuevo estatismo y rechazan la globalización fundada en la liberación de mercados, han tenido un desempeño similar. Hemos agrupado 5 países fieles al neoliberalismo (Colombia, Chile, México, El Salvador y Costa Rica) para comparar su desempeño con 5 países de orientación Alba (Ecuador, Nicaragua, Venezuela, Argentina y Bolivia).
Utilizando datos del Banco Mundial encontramos que los países neoliberales crecieron a una tasa promedio anual del 3,5% del 2003 al 2011, mientras que la tasa correspondiente a los países Alba fue del 5%. Es más, también se observa que el impacto de la crisis –concentrado en el 2009– fue más agudo en los países neoliberales que en los países Alba. En ese año los primeros sufrieron una caída del PIB del 1,9%, mientras que los segundos simplemente dejaron de crecer.
Por lo tanto, el desempeño económico de América Latina considerado como exitoso no ha dependido del grado de adhesión a las reformas neoliberales del Consenso de Washington.
Papel de China. Para explicar tal éxito debemos recurrir a un tercer factor común a todos los países: el papel de la economía China devorando exportaciones de la región. En efecto, en la última década las exportaciones de América Latina a China han crecido a una tasa anual del 33%.
Sin embargo, puede ser que ahí terminen las buena noticias. Si bien es cierto existen notorias excepciones, tales como el hecho de que cerca de un 80% de lo que Costa Rica exporta a China corresponde a productos de alta tecnología, en la mayoría de los casos China compra de América Latina minerales, combustibles y productos agrícolas. Por otra parte, la estructura de las importaciones latinoamericanas de China está dominada por bienes industriales. El comercio chino-latinoamericano sigue entonces patrones de especialización como los que en los años 30 llevaron a una crisis a varios países de la región y justificaron las políticas de industrialización.
Esa tendencia hacia la primarización no es precisamente leve: la participación de las exportaciones de productos primarios dentro de las exportaciones totales de América Latina se elevó de un 60% a un 71% entre el 2003 y el 2011. Esta tendencia es alimentada por la evolución de la estructura de las crecientes exportaciones de la región a China, donde la participación de bienes primarios pasó de un 79% a un 94% en esos años. Aun Brasil, la economía más poderosa e industrializada de América Latina, ha experimentado un fuerte proceso de primarización en ese período. La participación de productos primarios en el total de las exportaciones brasileñas se elevó de un 47% a un 64%, y en las dirigidas a China de un 66% a un 93%.
La exorbitante demanda de China por bienes primarios ha tenido un impacto positivo en sus precios, lo que a su vez se ha traducido en un inédito mejoramiento – de un 75%– en los términos de intercambio de la región a lo largo de la década.
Ello explica el desempeño económico positivo general y sobre todo el de los países de América del Sur.
Esta primarización en la estructura de las exportaciones representa un peligroso regreso al pasado. Series de tiempo de largo plazo de los términos de intercambio han demostrado que ese tipo de especialización contiene el germen de déficits crecientes en el comercio exterior y de crisis generalizadas. Por lo tanto, la globalización vía China podría estar encubriendo debilidades estructurales de las economías latinoamericanas que han sido desatendidas tanto por las reformas neoliberales como por las “revoluciones” bolivarianas.
Rezago. Efectivamente, Latinoamérica padece de bajos niveles de productividad. Las reformas educativas y la inversión en innovación, ciencia y tecnología que ha caracterizado la historia de otras economías exitosas, siguen ausentes en la región. Por otra parte, la tramitología, la lentitud en la toma y ejecución de decisiones y la corrupción dentro del sector público, siguen causando retrocesos que las economías asiáticas superaron en su momento en el marco de regímenes políticos dictatoriales. Así, en América Latina existe un desajuste competitivo entre, por una parte, los beneficios salariales logrados por la democracia y los bajos niveles de productividad resultantes de las carencias educativas, tecnológicas y del pobre desempeño del aparato público, por la otra.
Los costos de la desindustrialización pueden ocultarse mientras la relación demanda-oferta de bienes primarios mantenga los precios en alzada. Ello depende de la economía China, la cual quizá ya ha iniciado un proceso de sosiego, de acuerdo a varios indicadores. Por ejemplo, se reporta que la industria China sufre de una acumulación de inventarios sin precedentes. De ahí, pues, que “las importaciones ya están estancadas, sobre todo las de materias primas” ( New York Times , 24 agosto 2012).
Seguir dependiendo de la exportación de bienes primarios o de la venta de los mejores activos de los países al capital extranjero, constituye, en la otra columna del balance de situación, una reducción masiva del patrimonio nacional. Esto tendrá consecuencias. La ruta del progreso pasa necesariamente por la creación de riqueza y de valor agregado, para lo cual, precisamente esos activos son vitales. La estrategia de ocultar deficiencias en competitividad por medio de exportaciones originadas en la economía extractiva y la transferencia a extranjeros de activos nacionales, es una estrategia cortoplacista, efectiva para encubrir déficits estructurales pero insostenible en el mediano plazo.
La discusión Consenso de Washington vs. Alba puede haber resultado intelectualmente fascinante y políticamente rentable, pero ha supuesto polarizaciones falsas en el tanto ambas estrategias se han sustentado en un peligroso regreso al pasado, en explotar y vender acervos recibidos y no en procesos de industrialización y de incrementos en la competitividad estructural.
Quizá se está a tiempo de situar la productividad en el centro de las políticas públicas y en ese marco asignar el papel que se necesite del Estado, no el que dicte una determinada ortodoxia.
Cualquier ralentización de la economía china desnudará las deficiencias comunes a ambas estrategias.
Eso mismo debería permitir un renovado consenso en la región, en el cual las políticas inevitables y duras, ya probadas en los países exitosos, se impongan a las quimeras ideológicas, las ortodoxias, los simplismos y la demagogia, que han hechizado a numerosos políticos latinoamericanos, tanto neoliberales como bolivarianos.