Paulo Monge pertenece a aquella generación que se crió viendo
La historia de este aventurero innato se inició hace unos 26 años, cuando él tenía apenas dos. Su familia cuenta que el niño inquieto se lanzaba, cuesta abajo, en patineta, ante el asombro –pero sobre todo, el pánico– de sus padres. A los 11 años se obsesionó con la idea de aprender a bucear y no tuvo paz hasta que, cuatro años después, logró su cometido.
Tan intenso fue el deseo de viajar de este adolescente, que antes de terminar décimo año, matriculó el bachillerato a distancia y se graduó un año antes de tiempo.
La situación económica de la familia no le permitió embarcarse en la añorada odisea; pero, tras un par de meses sabáticos, brotó, quizá por suerte, o quizá por destino, una oportunidad que cambiaría el curso de su vida: se inscribió en una capacitación para ser guía de ríos y empezó a trabajar en la industria turística.
Al principio trabajaba únicamente en las balsas, pero eventualmente probó con el
Trabajó como guía de balsa, guía de
A los 20 años, era guía en jefe del “Pacuare 3 días”, uno de los viajes insignia de la empresa en la que trabajaba. Sin embargo, Monge tenía otro as bajo la manga: su destreza como fotógrafo.
“Yo de chiquillo tomaba fotos. A los tres años tomé la primera foto; a los 7 mi papá me daba clases, a los 10 ya podía armar y desarmar una cámara en un clóset con los ojos cerrados, y a los 15 años, me ganaba plata extra tomando fotos en eventos”, recuerda el aventurero.
Fue así como el joven incursionó en la fotografía turística, captando imágenes –desde el río, a diferencia de la mayoría– de quienes visitaban el país provenientes de otras latitudes.
Al mismo tiempo, afinó sus habilidades de mercadeo: vendía paquetes de fotos, camisas y otros
Pronto llegó el momento en que Monge, un auténtico espíritu libre, ya no se sentía satisfecho con la oferta del país.
“Ya me picaba el gusanito por algo más. Ya no sentía las mariposas en el estómago en el Pacuare; no sentía el reto. Había echado espuela, tenía currículum, había recorrido todos los ríos de Costa Rica y quería viajar”, relata.
Como en toda buena historia –asegura Monge– siempre hay una mujer de por medio, y tras competir en Sarapiquí en el 2002, se hizo de una novia austríaca quien lo convenció de que se fuera a Europa.
Fue por un mes y medio “a tantear el terreno”, hizo algunos contactos y se devolvió a Costa Rica. Pero apenas hubo temporada baja, cantó viajera y se marchó a Tirol, Austria, a trabajar.
Ahí laboró como guía de balsa,
A los seis meses, se le venció la visa de trabajo por lo que tuvo que devolverse a Viena, donde no le quedó de otra: de
“Si una señora me preguntaba cuánto me debía por el globo y yo le decía que dos euros, iba para la cárcel porque no podía tener una venta callejera. Lo que sí podía responderle era: ‘Reina, ¿cuánto vale la sonrisa de un niño?’”, relata, con sonrisa pícara.
Monge no pudo renovar la visa a causa de una grave crisis de desempleo, pero le salió otra oportunidad laboral en Noruega. Allí sería gerente de operaciones en una de las compañías más antiguas de la industria y no solo administraría la escalada, la seguridad y la escuela de
Camino a Noruega y ya con patrocinio, había ganado una medalla de bronce en un rodeo en Hungría en la categoría de
“Ahí fue donde me eché tanto una gloria como una vergüenza”, recuerda Monge sonriendo. Además de obtener el cuarto lugar en
“Salió en vivo en televisión nacional en toda Noruega cómo quebré un
“¡En la otra sí me fue bien y ahí sí era tico!”, dice el deportista.
Con sus ganancias como guía de deportes de aventura y el negocio de los globos, se financió viajes a República Checa, Alemania, Italia, Dinamarca, Suiza y Hungría, entre otros.
Su insaciable hambre de aventura lo llevó a escalar montañas, hacer ciclismo en los Alpes, nadar en lagos con temperaturas bajo cero, montar trineos y hasta manejar un tren de 24 vagones.
Durante la temporada baja, le salió la posibilidad de viajar a Filipinas como traductor simultáneo para unos costarricenses de la cooperación holandesa. Estando ahí, convenció a quien pagaba sus servicios de que necesitaba con urgencia escaparse de la convención un par de horas... y huyó hacia el mar.
“Intenté como 6 ó 7 olas. Solo logré una, pero esa fue mi ola de tifón... solo una, sí pero puedo decir que
A finales del 2005, Monge viajó a Uganda con la idea de vivir en ese país durante un año y entrenar para el Mundial de Kayak estilo libre que se realizaría en Ottawa, Canadá, en el 2007.
“Allí mi nivel de
“Agua caliente significa menos lesiones, más tiempo de entrenamiento y que el aire le dura más a uno cuando se vuelca. Además, el costo de la vida es muy bajo en Uganda, por lo que resulta uno de los mejores lugares del mundo para entrenar”.
Trabajó como guía y como camarógrafo, pues ya que había adaptado sus habilidades fotográficas para hacer producción audiovisual.
Estando en Uganda, Monge también colaboró con la expedición Ascend the Nile, la misma que, en el 2006, hizo a un pequeño equipo británico embarcarse en la histórica misión de intentar navegar el río Nilo en toda su extensión.
Para mediados de ese año, Monge había acumulado más de 3.000 decensos en río, había visitado 25 países, contaba con patrocinio y tenía el mejor nivel de su carrera.
Mas dicen popularmente que “lo que sube tiene que bajar”, y esto fue cierto para Paulo.
Estando en el pico de su carrera deportiva, Monge se sobreextendió el hombro y quedó inhabilitado para trabajar como guía y, sobre todo, para entrenar.
“Hubiera preferido quebrarme la cadera en un rápido clase 6 y decir que mi carrera se acabó de ese modo. Pero no, fue en un clase 2, por pedirle al cuerpo más de lo que podía dar”, reflexiona hoy.
Permaneció en Uganda un tiempo más dedicado a la edición de videos, y aunque en ese momento lo sintió como una tortura, ese trabajo fue la muleta que lo sacaría adelante.
La mala racha no había terminado: contrajo malaria por segunda vez e hizo una violenta reacción a un medicamento, razones por las que debió regresar a Costa Rica.
Volvió devastado en cuerpo y alma. Más rápido de lo que había ascendido, había caído.
En los primeros meses de regreso en el país, vivió a punta de préstamos de su familia y amistades, hundido en la depresión.
La situación se agravó cuando, al cumplirse el año de la lesión –lapso que, según indicación médica, debía mantenerse alejado de los
Dichosamente, Monge ha sido siempre un experto en reinventarse, por lo que encontró dentro de sí la habilidad para hacer las del fénix. Tras un período de reflexión y recuperación, se desempolvó las rodillas de la caída y retomó el camino.
Incursionó en una versión tica de lo que aquel país africano ya llevaba años haciendo: venderles a los turistas videos de su viaje.
Ahora se entretiene (y se mantiene) filmando películas sobre turistas y para turistas.
Claro, no está completamente alejado de la aventura, pues eso le sería imposible.
El año pasado, su conocimiento sobre ríos y lo que sabe de filmación lo hicieron merecedor de un espacio en una expedición de tres semanas por el Gran Cañón del Colorado, realizada por un grupo de costarricenses.
Pudo participar pues este viaje se realiza en balsa y el movimiento del hombro para navegar en balsa es muy diferente al necesario para operar un
La suerte –porque para descender por el famoso río en invierno hay que ganar una rifa con reducísimas posibilidades– se repitió y en diciembre próximo revivirála experiencia si su equipo logra reunir a los 12 integrantes que exige el viaje.
Monge tiene un nuevo sueño, y para este necesita las imágenes capturadas en su viaje anterior y en el que tiene por delante: pretende crear un documental que cuente la historia paralela de los parques nacionales de Costa Rica y Estados Unidos.
Sin embargo, se queja de falta de interés nacional en su trabajo, pues ha topado con mil trabas en su búsqueda de financiamiento. “Yo quiero hacer un filme en español, pero a nadie la importa. ¿No estamos repitiendo las novelas? Es la cuarta vez que dan
“Lo que el tico quiere ver es